Tres mil personas, repartidas por horas, componen la legión de voluntarios que desde hoy trabajan a destajo desde primera hora de la mañana en la octava Gran Recogida de Alimentos que se celebra en Córdoba, una cita ineludible con la solidaridad que este año deberá afrontar dos grandes obstáculos, el mal tiempo y la fecha elegida, justo antes del ingreso de la nómina del mes.

Lo comentaban hoy preocupados Antonio y Ángela, un matrimonio de maestros jubilados que derrocharon sonrisas en una de las puertas del Mercadona del Marrubial. «Aún es pronto, pero estamos notando que hay menos alegría que otros años», comenta Ángela, «y yo creo que es por la lluvia, que hace que la gente salga menos y vaya a toda prisa y porque aún no han cobrado ni los jóvenes que lo hacen a fin de mes ni los pensionistas que cobramos el día 25». Desde que se jubilaron, ambos decidieron «agradecer la buena vida que hemos tenido devolviendo parte de lo que la vida nos ha dado», dice Antonio.

En la otra puerta, otra maestra retirada, Francisca, voluntaria del banco desde hace tres años, se afana por captar alimentos. «Es muy importante colaborar con lo que sea, pero también es verdad que hay muchas campañas a lo largo del año y la gente nos tiene ya muy vistos, así que cuesta conseguir que todo el mundo aporte lo que pueda». Según su percepción, «los mayores y en especial las mujeres son las más solidarias porque se ponen en el lugar del otro, porque en sus vidas lo han pasado mal y saben que estas cosas son necesarias», comenta, «algunas personas no cogen ni la bolsa y otras que tienen pensiones muy chicas hacen el esfuerzo y te dan todo lo que pueden, eso es de agradecer».

En el Piedra del Alpargate, lugar muy poblado por personas sin hogar, la importancia de la solidaridad se hace muy palpable. Esta mañana, el supermercado tuvo además dos voluntarios de excepción. Diego Arjona, un veterano del banco de alimentos, jubilado después de años al frente de una empresa de pintura y decoración, y Conchi García, que no paró de llorar en toda la mañana. «He trabajado en este supermercado 29 años y me hace ilusión estar aquí porque me conoce mucha gente, muchos clientes de toda la vida, y mis compañeras», decía emocionada. Su decisión de ayudar a los demás es firme. Por eso, «como yo tampoco puedo dar demasiado, al menos colaboro donando mi tiempo a la causa siendo voluntaria», confesó Conchi, entre saludo y saludo. A su lado, Diego, discreto, regalaba bolsas y sonrisas a los clientes que iban entrando. «Hay gente que vive muy bien y no hace nada y otros que no pueden porque ganan muy poquito y ayudan, hay de todo, en estas cosas se ve bien quién quiere ayudar y quién no porque esto es voluntario y cada uno puede aportar según sus posibilidades», explicó convencido.

Diego Arjona y Conchi García, voluntarios hoy en el supermercado Piedra del Alpargate.

En el Deza del Zoco, varios voluntarios se arremolinan en la entrada. José Jiménez lleva la voz cantante. «He sido empleado de banco y ahora he cambiado al banco de alimentos», bromea, «este es un trabajo muy laborioso no solo aquí en la recogida sino después, porque hay que clasificarlo todo, ver la trazabilidad y caducidad de los productos en muy poco tiempo y en ocasiones hasta hemos recibido ayuda de los militares del Muriano para esa tarea». Sobre las donaciones, dice que «dar pasta está muy bien, pero a la pasta hay que echarle algo...» Cabe recordar a los despistados que, si bien cualquier donación es bien recibida, este año, se solicita entregar mejor legumbres que pasta y arroz. A su lado, trabajan codo con codo madres de familia y varias jubiladas más, como Victoria y Pilar, que cada año acuden a echar una mano al Banco de Alimentos porque «sabemos que hace mucha falta y si algo nos sobra es tiempo».

La historia se repite en el Día, en el Carrefour o en el Mercadona de Poniente, donde cinco mujeres dan la bienvenida al usuario invitándole a colaborar. Lola, coordinadora del banco de alimentos y voluntaria en la AECC y en Sonrisa de Lunares, dice que tiene «un gran equipo que responde cuando se las necesita». Según relata, es viuda desde hace veinte años y desde que se quedó parada y sus hijos se independizaron, se volcó en ayudar. «Si te digo la verdad, soy voluntaria por puro egoísmo porque me voy a la cama y duermo a pierna suelta». Conoce la necesidad de cerca y sabe que los alimentos llegan a buen puerto. «Hay quien dice que no ayuda porque desconfía, porque no saben si llega a los que lo necesitan, pero todo lo que recoge el banco de alimentos se entrega a organizaciones solidarias que tienen que certificar la situación de las familias a las que ayudan y doy fe de que mucha gente come gracias a estas cosas».