Una escucha ‘rebelión’ y no visualiza esta fotografía de mujeres y hombres trajeados y tan formales a las puertas del Palacio de las Cortes. Pero lo ha sido y se ha capitalizado como victoria del «municipalismo» y de algunos alcaldes, como el de Córdoba, que la ha anotado como propia.

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El Gobierno central, formado por la coalición de PSOE y Unidas Podemos, ha sufrido esta semana su primera gran derrota parlamentaria. Lo sé, pensaban que solo por el ruido que hacen todos los días habría habido ya alguna más en lo que va de legislatura. El fracaso se ha producido al no lograrse aprobar el real decreto que la ministra Montero llevaba al Congreso sobre remanentes municipales, una norma para regular el uso por parte de los ayuntamientos de sus propios ahorros (23 milloncejos de nada en el caso del Ayuntamiento de Córdoba), que en la actualidad, y en virtud de la ley Montoro (ojo al baile de las vocales e y o, que este es Cristóbal, del PP, y aquella María Jesús, del PSOE), hoy por hoy solo pueden destinarse a amortizar deuda o a depósitos bancarios.

La derrota de unos ha sido la victoria de otros: los que han venido a llamarse los alcaldes rebeldes y que han capitalizado el rechazo del real decreto como un logro propio y «del municipalismo» (aviso, el término empieza a estar manoseadillo). Una escucha la palabra rebelión y no visualiza desde luego esta foto (mire a la derecha) de gente tan formal y trajeada a las puertas del Palacio de las Cortes. Pero la rebelión la han capitaneado y capitalizado ellos, que son del PP, aunque había alcaldes de otros signos políticos en contra del decreto, porque hay que andarse listo hasta para apuntarse los tantos y para hacerse la foto.

El real decreto partía de una propuesta de la FEMP, que en esa organización solo apoyó el PSOE (el resto de grupos se abstuvo o votó en contra). Se quería flexibilizar la citada ley Montoro (la del PP) permitiendo el uso de parte de esos remanentes a cambio de que las administraciones locales los cediesen al Estado y que este se los devolviera en un plazo máximo de 15 años. La cosa, hay que decirlo, sonaba un poco a timo de la estampita, pero la magia que ha obrado esta rebelión de alcaldes no ha sido menos: el PP ha hecho caja política de un acuerdo que daba poco a los ayuntamientos, pero más que su propia ley. Y ahora, por si fuera poco esa conquista, los populares tienen la fuerza y la legitimidad suficientes para exigir una mejora del acuerdo. «No pueden dejar a los ayuntamientos en la estacada», advirtió el viernes Bellido. A los populares les ha salido redondo: han pedido la luna -usar el 100% de los remanentes-, obviando que la propuesta -manifiestamente mejorable, como hasta el PSOE reconocía-- era en sí una rebaja de las exigencias impuestas por ellos mismos a los ayuntamientos cuando gobernaban en Madrid. Qué cosas, oiga.

El alcalde de Córdoba, José María Bellido, que lleva meses reclamando que la ciudad pueda invertir sus 23 millones en lo que quiera, se alineó desde primera hora con los rebeldes y puede ahora apuntarse como propia la victoria nacional, que pasa por haberle tumbado a un Gobierno en el trámite parlamentario un real decreto. Algo que podría parecer fútil, pero es tan inaudito que solo había pasado cuatro veces en 40 años de democracia. Ahí es nada.

Cambiando de tercio

Menos mal que va terminando el verano y no tenemos que seguir viendo políticos en bañador. Lo de ser concejal, diputado raso, autonómico o portavoz in pectore debería ser incompatible con ser influencer, pero lejos de eso, sendas actividades parecen ir cada vez más unidas o, peor aún, ser condición sine qua non. De modo que parece que uno no puede ser político sin prestarse a la sobrexposición por tierra, mar y aire, o lo que es lo mismo, por twitter, facebook y whastsapp de su actividad mundana. Hasta tal punto debe ser adictivo el asunto que cuando a un político lo echan de las filas en las que militaba por la causa que fuere se abre su canal en youtube para matar el gusanillo y aquí paz y después gloria.

Hay ediles de pueblo y de capital que se han hecho más fotos este verano que las Kardashian y que no deben compartir la creencia de ciertas culturas que pensaban que la fotografía te roba el alma. A falta de papel couché en las peluquerías -lo que nos da pie a hablar de otra consecuencia nefasta del covid: lo aburrido que es ahora ponerse el tinte--, las redes se nos han llenado de señores que van dejando miguitas de pan de su paso por el mundo en instagram, obligándonos a verlos a pecho descubierto en hamacas, tumbonas, tablas de surf, chiringuitos y ruedas de prensa playeras, en las que se les intuye vestidos solo de cintura para arriba, como en las clásicas reuniones telemáticas del confinamiento. Ya saben, con corbatita por arriba y chandita por abajo.

A golpe de almanaque, el verano se queda atrás como el que no quiere la cosa y tras haber asistido esta semana, seis meses después del comienzo de todo, a un milagro milagroso: que los niños vuelvan a los colegios con la ilusión intacta, pese al coronavirus y a que no se haya invertido en contrataciones para bajar la ratio (probada ya la ley física que demuestra que en un aula caben x pupitres a x distancia aunque los pongan del revés). ¿La porra? Cuánto durarán los chiquillos en la escuela. ¿La pócima? Cruzar los dedos, qué se le va a hacer.