«Lo importante es que mis hijos sean felices, sean chicos o chicas, lo que piense la gente me da igual. Hasta hace un par de años, creíamos tener dos niñas felices, pero no era así, ahora tengo una hija y un hijo trans y sé que los dos lo son».

La historia de Nael empieza así: érase una vez una enfermera, Sandra, y un técnico deportivo, Antonio, que tuvieron dos hijas. O eso pensaron ellos. A la primera, la llamaron Luna y a la segunda, que nació dos años después, le dieron el nombre de Alma. Las dos tenían toto (nombre coloquial para nombrar a los genitales femeninos), pero como las personas no siempre son lo que parecen y a veces se producen confusiones en la asignación de género, Alma resultó ser en realidad un niño.

Sus padres no notaron nada al principio, hasta que un día, al salir del colegio, Nael (que aún se llamaba Alma por aquel entonces) le dijo a su padre: «Papá, yo soy un niño», a lo que Antonio contestó «pero si tienes toto...». Tras unos segundos, su hijo replicó como quien describe una obviedad: «Entonces soy un niño con toto», poniendo así en palabras la realidad que define a las personas trans. Antonio, sin darle mayor importancia, se limitó a decirle que quizás sería eso.

Los padres de Nael, que por entonces aún era Alma, nunca vieron un problema con la ropa. Según Sandra, «no quería faldas ni cosas rosas, elegía siempre camisetas de Spiderman y pantalones y la dejábamos elegir». Un día, Antonio salió a pasear con su hijo, pensando aún que era una niña, y este le dijo llorando angustiado: «Papá, quiero ir al médico porque tiene una varita mágica y puede convertirme en un niño». Solo tenía 3 años, pero en su cabeza, estaba bien claro que había algo que no era como tenía que ser. Sus padres se dieron cuenta en ese momento de lo que pasaba y optaron por dejarlo vestir como un niño y le cortaron el pelo como pedía. No fue hasta después de aquello, con solo 4 años, que Nael, que aún se llamaba Alma, le dijo a su madre: «Mamá, quiero hablar como un niño», un deseo que en realidad expresaba la petición de que dejaran de llamarle Alma. «Cuando le pregunté cómo le gustaría llamarse, contestó rápidamente que Juan», recuerda Sandra, «yo diría que escogió el nombre que le pareció más masculino, para que no quedara duda de lo que es, pero cuando le conté que, antes de que naciera, nosotros habíamos previsto que si teníamos un niño se llamaría Nael, decidió que ese sería su nombre».

Ese día, en agosto del 2018, marcó un antes y un después. «Antes nunca se miraba al espejo ni quería hacerse fotos, ni peinarse porque no le gustaba lo que veía; todo eso cambió, ahora es un niño de cinco años feliz, que se peina solo, se mira al espejo y no para de jugar». El paso siguiente fue solicitar al colegio el protocolo para que lo llamaran Nael, que se activó de forma automática. En el pueblo, todo el mundo asumió el cambio con la misma naturalidad que sus padres. «Quizás porque jamás hemos dado pie a que alguien pudiera criticar u opinar al respecto», insiste Sandra, cuya experiencia vital la ha hecho especialmente sensible al sufrimiento de los menores.

A diferencia de otros padres, que sufren un trauma o necesitan asesoramiento para entender lo que sienten sus hijos, ellos lo tuvieron claro desde el principio y se limitaron a ayudarle en el tránsito. «En el colegio, los niños de cuatro años ni se lo plantean, a todos les da igual si lleva pantalón o falda, pelo corto o largo», señala Sandra que sí confiesa haber sentido miedo a no ir al ritmo adecuado. «No queríamos forzar la situación ni quedarnos cortos», comenta. El último paso trazado hasta ahora ha sido el cambio de género en el DNI, que emprendieron antes de las últimas elecciones «por si a alguien se le ocurría cambiar las leyes». Ya se ha completado y están a la espera de recibir el nuevo documento. «Alguna gente piensa que mi hijo tuvo suerte por tener unos padres abiertos, pero yo creo que la suerte ha sido nuestra porque él lo dijo muy pronto (es uno de los casos más precoces) e insistió porque no vio que eso fuera motivo de rechazo, lo que nos ha ahorrado mucho sufrimiento a todos», señala.

Socia de Todes Transformando, una asociación que aglutina a personas con diversidad sexual en Córdoba (se reúnen los viernes en el centro social Rey Heredia), no entiende a quienes dan de lado a sus hijos transexuales. «Ellos no eligen ser trans y sufren muchísimo si no encuentran el apoyo en sus padres, que se supone que son las personas que más te tienen que querer».