Una pesada y opaca puerta se cierra al entrar al local, y desde entonces la única luz presente en la enorme sala es la de las máquinas que, relucientes, emiten sonidos para deleite del adicto al juego. Finas paredes e incluso biombos separan las zonas de juegos tradicionales -ruletas, máquinas tragaperras y, en los más selectos salones cordobeses, mesas para juegos de cartas- con las nuevas dependencias, vinculadas al deporte. Enormes pantallas decoradas ricamente con neones de luces impactantes llaman la atención del amante del deporte, especialmente del fútbol, que por un módico precio puede disfrutar de su cerveza mientras ve en directo el partido de su equipo preferido de la Liga. Varias paredes están decoradas con los rostros de futbolistas de élite y otros grandes deportistas.

Un joven se levanta de su silla y se acerca a la barra, donde una camarera le ofrece un café gratis junto con un boleto con el código electrónico necesario para activar una de las cuatro máquinas de apuestas deportivas, ubicadas a un escaso metro de la pantalla principal donde se emite el partido.

«Comencé jugando en un portal de apuestas deportivas, porque siempre me encantó el tenis», refiere un empleado financiero cordobés de 42 años, que desde hace ocho acude regularmente a las terapias para ludópatas de la asociación local Acojer. Este hombre, que prefiere no decir su nombre, perdió su trabajo y sigue desempleado tras años de enganche al juego on line. «Apostando en internet eres anónimo, nadie se entera de que lo haces», asegura.

Las casas de apuestas, que abren como setas en Córdoba en los últimos meses, solucionan parte del problema de la intimidad relacionando un evento social como es ver un deporte en directo con el alcohol y la diversión en grupo. Las relaciones sociales de este exludópata se deterioraron, ya que su gasto cada vez más importante en apuestas acabó por afectar a sus amistades -a las que llegó a pedir dinero en varias ocasiones- y a su mujer. «Fue un factor que llevó a la separación» del matrimonio, indica. Con un sueldo alto en su banco y conociendo los mecanismos de préstamo y cambio de dinero, acabó teniendo 90.000 euros en su cuenta de su casa de apuestas on line. «Cuando pasaba por una mala racha acabé sacando 40.000 euros, y hasta una semana después no te lo ingresan. Entre medias algún empleado del portal te acaba llamando y te ofrece incentivos para que no retires el dinero», afirma con una sonrisa algo melancólica. Porque ahora no solo continúa, ya en la etapa final, con su terapia, sino que ayuda desinteresadamente a la asociación Acojer para tratar a los pacientes que llegan. Y advierte: «cuando un amigo te dice que gana una apuesta, no te cuenta todo lo que perdió antes. El adicto al juego es muy mentiroso».

En su caso comenzó a jugar con máquinas tragaperras de pinball, un caso similar al de A.A., iniciales de un joven de 24 años que apostaba normalmente en máquinas y ruletas de un local en Córdoba. «Junto con unos amigos llegamos a apostar 200 euros en una noche, poniendo un bote». Actualmente tiene en su domicilio una máquina con la que pasa los ratos sin tener que acudir al local de apuestas. Lugares donde nunca se sabe con el dinero que se entra -hay máquinas de cambio y pago con tarjetas de crédito- ni con el que se sale.