El mundo está lleno de buenas personas, de gente anónima que pone su granito de arena para llenar de color la vida de los que le rodean. Basta escarbar un poco, asomarse a lo que ocurre en la casa de al lado, en la oficina de enfrente, en la tienda de la esquina, para encontrar mil y una historias sencillas que te reconcilian con el ser humano, historias que merecen ser contadas y que en fechas como estas se convierten en verdaderos cuentos de Navidad. La mayoría de las veces esas vidas anónimas pasan desapercibidas entre el bullicio y las prisas del día a día porque las buenas acciones son menos noticia que las malas, aunque quizás debiera ser al revés. Por eso nunca está de más, y menos en fechas como éstas en las que nos empeñamos en endulzarnos la vida solo a base de chocolate y azúcar, echar el freno, mirar a la cara a los que nos rodean y darnos cuenta de lo bello que es vivir. Este dulce es apto también para diabéticos.

José Ramón es un hombre nuevo desde que tiene trabajo.

EL HOMBRE QUE DECIDIÓ SOÑAR PARA ACABAR CON SU PESADILLA

24 de diciembre del 2016. Aquella noche José Ramón tuvo una pesadilla. Despertó en una habitación de hospital. Tenía 53 años, hacía cuatro que se había separado. Poco después perdió el trabajo. Se sentía solo. No recordaba nada de la noche anterior, salvo que alguien lo acercó a la habitación donde dormía por aquel entonces y que al poco lo llevaron en ambulancia al hospital. Había pasado meses sin rumbo, durmiendo en la calle y en albergues para transeúntes. Dejó su ciudad natal cuando se vio sin trabajo, sin futuro, para irse a Almería a trabajar de camarero, pero aquello no salió y acabó en Córdoba. «Ojos que no ven, corazón que no siente», se repetía para mantenerse alejado de los suyos y en especial de su padre, a quien no quería hacer daño con sus problemas. Ese mes de diciembre había tocado fondo, lo sintió al abrir los ojos y comprobar que solo quería quedarse en aquella cama de hospital porque estaba seguro, con comida y calor garantizados. Aún recordaba sus años como literista y empleado de coches cama en Renfe. «Esos fueron años felices en los que todo iba bien, con las niñas pequeñas, ganaba bastante bien», se dijo, lástima que en el 92 el AVE acabara con esos trenes y con su etapa dorada para inaugurar un periodo nuevo en el que tuvo que reinventarse en el sector de la hostelería. Y lo consiguió durante años. La rotura de tibia y peroné de esa noche negra de la que no tiene recuerdos le obligó a operarse y a pasar un mes en el hospital. Sus huesos se curaron al mismo tiempo que se restauraba su corazón, roto de dar tantos tumbos. Cuando salió de allí se prometió: «Esto no puede pasar más». Pensó entonces en sus dos hijas y en la ilusión que les haría verle bien, seguro de sí mismo otra vez, y emprendió su camino de vuelta. Justo un año después, en 2017, José Ramón ha logrado salir del agujero negro en el que se metió y es un hombre nuevo. Trabaja en Sadeco, da charlas a personas sin hogar y vive en un piso compartido. Esta Nochebuena la pasará en su nuevo hogar, donde celebrarán una comida especial. El 31 de diciembre viajará a Sevilla, como cada año, para encontrarse con su familia, que lo espera con los brazos abiertos. «Mis hijas han vuelto a mirarme a los ojos, he vuelto a soñar, se puede salir, ahora lo sé».

Componentes del coro creado en la asociación San Rafael de Alzheimer.

EL CORO QUE CANTABA PARA NO OLVIDAR

Érase una vez un grupo de mayores que acudía a diario a la asociación San Rafael de Alzheimer de Córdoba. Aunque de momento no padecían la enfermedad, algunos indicios hacían recomendable tomar medidas para hilvanar su memoria con el mejor de los hilos y evitar así su deterioro. Una joven llamada Rosa los reunía tres días a la semana para hacer ejercicios de memoria con ellos, pero a todas horas el grupo acababa cantando. Una mañana, aquella joven psicóloga decidió que toda esa música podía ayudarles en su propósito y les propuso formar un coro que debutaría cantando villancicos de Navidad a los enfermos de la asociación. «La memoria musical es la última que se pierde», les repetía Rosa, mientras ensayaban canciones que les traían a la memoria antiguos pasajes de su infancia. Como los días en los que la familia se reunía en Nochebuena para cenar en casa de Carmen, una de ellas, o las clases de canto que la madre de Victoria, una soprano con muchísimo arte, impartía a sus once hijos para transmitirles su amor por la música. La música les ha permitido este año volver a ser niños. Por eso nunca la olvidarán. Y colorín, colorado...

Concha, a sus 102 años, sigue dando masajes a otros mayores.

CONCHA, LA MASAJISTA CENTENARIA DE CRUZ ROJA

En un lugar de Poniente, en un bloque de pisos conocido por muchos como los Picapiedra, se levanta un centro de día de mayores de Cruz Roja que estos días vive su última Navidad, un momento triste en el que esa gran familia nacida en 1992 se tendrá que dispersar por exigencias del guion presupuestario. Pese a la resistencia de los mayores, la mayoría han sido ya reubicados en otros centros públicos. Dentro de ese mágico lugar habita por las mañanas, desde hace 25 años, Concha, una mujercita delgada y risueña de solo 102 años, que ha dedicado su vida a paliar el dolor con ayuda de sus manos. Viuda desde hace dos décadas de un militar con quien se casó muy joven, madre de cuatro hijos, aprendió en unos cursillos que recibió en el Sahara, en uno de los traslados de su esposo, a dar masajes «al estilo indio», le gusta especificar, y desde entonces ha aliviado de su carga a quienes se cruzaron en su camino. En plena despedida del centro, Concha, voluntaria ideal que jamás pierde la sonrisa, inmune a la nostalgia, ágil como una gacela, sencilla como solo saben serlo los espíritus libres de corazón grande, sigue usando su don entre los usuarios del lugar. Allí, aunque no lo parezca, ella es la mayor de todos. Hasta el 29 de diciembre, Concha ha prometido seguir masajeando el alma de sus compañeros con sus dedos finos y largos. Desde el 1 de enero del 2018, la vida la llevará a otro destino. Seguro que le irá bien.

Emilia, con Mari y su marido y la perrita 'Rita'.

‘RITA’, LA PERRITA

Mari estaba triste y sin consuelo. Una operación la había dejado postrada en la cama, sin posibilidad de moverse ni ganas de salir cuando su hija pensó que un perro podría devolverle la ilusión. Eran los días previos a la Navidad y en casa de Emilia Moreno, la presidenta de la comisión contra el maltrato animal, acababan de nacer cuatro cachorros de dos de sus perros, Pica y

Samy, el perro que se hizo famoso en el 2009 porque siendo solo un cachorro recorrió hasta 5 veces el camino de vuelta a Alcolea, llegando a recorrer 12 kilómetros, para encontrarse con José Manuel, el pequeño de cuatro años hijo de Emilia, para no separarse de él. Cuando Emilia supo que Mari estaba mal, ofreció a su hija quedarse con la perrita Rita. «Fue el mejor regalo de Reyes que podíamos haberle dado, se volvió loca de contenta cuando la vio», recuerda su hija, «le cambió la vida porque, a partir de ese momento, recuperó la alegría y quiso volver a salir». Aquello ocurrió hace nueve años y ahora Mari y Rita, a la que considera un miembro más de la familia, son inseparables.

Para Emilia, la adopción de Rita, a la que acogieron pese a que sufre una grave alergia que obliga a la familia a un importante desembolso mensual en medicinas, es un ejemplo de adopción responsable. «Un perro es un regalo que da vida, pero no es un juguete y hay que recordarlo en estas fechas para que no haya que lamentar abandonos después», insiste, al tiempo que recuerda que hay muchos perros esperando encontrar una familia que los quiera y los cuide.

Recogida de alimentos de Te lo Regalo Córdoba.

CADENA DE FAVORES

Todo comenzó hace cuatro años. Ana María pasaba una mala racha familiar y una peluquera de su barrio, Gema, se ofreció a peinar gratis todo un día a cambio de comida para que a ella y a los suyos no les faltara de nada en Navidad. Media Córdoba se movilizó ese día, lo que decidió a Ana María a idear algo para devolver ese gesto a la sociedad. Así nació Te lo Regalo Córdoba, un grupo de Facebook, ahora asociación, que desde hace cuatro años trabaja para paliar las necesidades de familias con donaciones. Durante todo el año hace entregas de cortinas, ropa, enseres de cocina y casi cualquier cosa que se pueda necesitar. Y cuando llega la Navidad concentra sus esfuerzos en conseguir que en Córdoba no quede una mesa donde no se sirva una buena cena de Nochebuena. Este año, Ana y su equipo ha conseguido reunir productos para obsequiar a unas 20 familias con una cesta cargadita de todo tipo de productos, incluida carne, embutidos, fruta y mantecados que compran con el dinerito que recaudaron la semana pasada en un mercadillo de objetos usados que instalaron en el vial Norte. Las donaciones no cesan. Cada día, Ana recibe la visita de vecinos y conocidos que le traen alimentos y cosas útiles para vender. Además de comida, ya andan recogiendo también juguetes para los niños, que repartirán entre familias necesitadas el próximo día 5 de enero. Las personas mayores tampoco les dejan indiferentes, por eso el día 3 acudirán a dos residencias cargadas de obsequios con Juan Calahorro y su escuela de canto para alegrarles el día. «No tengo para lujos, pero en mi casa hay siempre un plato de comida, con tener para vivir me conformo, siempre miro atrás y veo que hay gente que está peor». Esa es la filosofía de Ana.

Venta de juguetes raros en Ronda de Tejares 6.

JUGUETES RAROS

Ana dio la voz de alarma. Había que reunir el mayor número de juguetes y regalos posibles para esta Navidad. La vida de 32.000 niños enfermos estaba en juego. Desde que lanzaron el aviso, han recopilado una montañita de anillos y juguetes a los que llamaron juguetes raros «porque, si son para ayudar a niños con enfermedades raras, son raros también», cree Ana. Ahora solo hace falta venderlos para intentar recaudar fondos para las asociaciones de ELA y postpolio, dos enfermedades neurológicas degenerativas sin cura. El jueves, viernes y sábado que viene estarán en la sede de la Red de Madres y Padres Solidarios (Ronda de Tejares 6, 1º 3) de 11.00 a 13.30 horas, salvo el jueves, que también abren de 18.00 a 21.00 horas.

¡Feliz Navidad!.