La chica del tercero del piso de enfrente se ha puesto a bailar después de los aplausos de las ocho. Y los del segundo del mío, además de jalearla, hemos hablado casi veinte minutos seguidos, la primera vez que ha ocurrido fuera de las reuniones de la comunidad de propietarios. He salido al balcón después de haber leído en el ordenador que Vox aconseja no aplaudir y resistir ante los que «secuestran a España» y dejan --refiriéndose a Unidas Podemos-- a miles «de nuestros mayores encerrados y condenados a muerte». Miro el cielo azul de nubes blancas, la tranquilidad de la tarde de primavera con la que juguetean las golondrinas, noto la ausencia de la vecina que ponía todas las tardes el Resistiré en su cassette, veo a lo lejos a los que tocan alguna vez las sartenes, a los que hacen deporte en aquella azotea lejana, a los niños que ya pasean con sus juguetes y compruebo que los balcones son la otra realidad de este encierro histórico. La mejor, después del trabajo de todos los aplaudidos.

Pero me voy a Villaralto --donde hoy se celebraría la romería de la Divina Pastora, lo mismo que la de Linares en Córdoba, y la Virgen de Loreto en Dos Torres--, donde 20 de las 25 trabajadoras de la residencia de ancianos se han encerrado con ellos y no ha habido ningún caso de coronavirus ni en el hogar ni en todo el pueblo. Y eso que el alcalde, Ángel Moreno, es de IU (Unidas Podemos), partido del que dice Vox que ha condenado a muerte a los ancianos. Parece que hemos vuelto al 11M, a la guerra de Irak, a aquellos momentos en los que Aznar hablaba catalán en la intimidad --porque para formar gobierno había que pactar con los catalanes-- y tejano cuando se juntaba con Bush, con el que formó parte, junto a Tony Blair, del trío de las Azores. Fue cuando el mundo entró en la gran recesión del 2008 y gobernaba Zapatero, el presidente de Gobierno de España en cuyo mandato ETA anunció el cese de sus crímenes el 20 de octubre del 2011.

Aunque ha sido el maldito coronavirus el que se ha llevado a José María Calleja --me acuerdo de una actuación suya en la Facultad de Derecho-- y no ETA, contra cuya barbarie luchó este periodista, lo mismo que contra el absurdo franquismo. También se ha muerto, pero de cáncer, mientras salíamos a los balcones, Michael Robinson, ese inglés casi español al que solía oír en el partido de los domingos y con el que me tomé un cubata en un pub de San Sebastián junto a otros compañeros periodistas. Dos personas, Calleja y Robinson, amables, de personalidad atractiva, en nada parecidas a estos nuevos políticos que utilizan un lenguaje con unos calificativos impensables para una convivencia sin aristas, la que estamos experimentando desde estos balcones todos los días. A estas horas, todas las tardes, empezamos a recogernos y a darle la vuelta a nuestra vida de antes, cuando en este momento, miércoles, sábados o domingos nos citábamos a tomar una cerveza con Messi para verlo jugar al fútbol.

Ahora permanecemos en esta terraza, que utilizábamos cuando fumábamos, nos sentamos a la mesa a escribir y a leer y observamos los trabajos del sol, desde su amanecer hasta el ocaso, y se despide de los áticos con sus últimos rayos. También es hoy el día de la madre y la jornada después de, como niños, haber salido a la calle por primera vez con permiso de la autoridad sin necesidad de tener perro. Y, sobre todo, hoy ya es mayo, el mes que este año se le ha borrado a Córdoba. Y que esperamos que se continúe recordando y no nos lo borren de la memoria esos Sálvame de Tele 5, entretenidos con Alfonso Merlos, Javier Negre y sus mujeres… ni a nosotros los aplausos de las 8, como quiere Vox.