-En su última novela, Juan Urbano recibe un nuevo encargo. Un hombre le pide que localice a los descendientes de una hija de su bisabuelo.

-Él tiene una empresa de biografías a la carta. Le encargan este caso. A todos nos gusta que nuestra historia se cuente, que no se pierda, lo que pasa es que detrás de esta trama hay dinero, corrupción, piratería y demás.

-Titula la novela ‘Los treinta apellidos’, en referencia a las 30 familias que mandan en España desde hace 200 años. ¿Treinta es un número simbólico?

-Es una frase de un empresario. La dijo de forma literal: «Nosotros al Ibex 35 vamos el 30 más cinco. Hay cinco que van y vienen. Otros 30 somos las 30 familias que mandan en España desde hace 200 años».

-Su personaje acaba descubriendo los hilos que unen a dos familias con el comercio de esclavos.

-Casi todos esos palacetes de indianos que hay por toda España se construyeron con el dinero de lo que se llamó la sacarocracia. Muchas familias se hicieron ricas haciendo cortar caña de azúcar en los ingenios cubanos a esclavos que cogían de Guinea Ecuatorial. Algunos siguen teniendo estatuas en las plazas de España.

-Dice que los negreros españoles blanquearon muy bien su dinero, porque lo hicieron en favor de la Corona.

-La Corona tenía un sistema que se llamaba asientos de negros por el cual, por cada negro que se colocaba en Cuba o en Luisiana o en Chile, pues se llevaba una parte. Por eso Isabel II creó para ellos lo que se llama Cámara alta, que es la menos influyente de las dos, el Senado, que era para los próceres de la patria y los aristócratas.

-Como decía, algunas grandes fortunas de España proceden del tráfico de esclavos que cazaban en Guinea y vendían en Cuba. ¿Sus descendientes son conscientes de esta herencia?

-Sí. La novela no dice que uno tenga que pagar por los errores de sus tatarabuelos. Dice que hoy en día, por otros métodos, seguimos haciendo lo mismo. Aquí, estos se dedican a los agronegocios, a los biocarburantes, en Tanzania, en Brasil. De alguna manera, siguen haciendo igual. Y hay algo importante en esta novela: recordar que hoy en día le llamamos pirata a uno que está en el salón de su casa haciendo transferencias o robando cosas con un ordenador.

-Enlazando con esto, los piratas antes traficaban en barco, precisamente, y ahora navegan por internet. No hemos adelantado tanto en estos años.

-El mundo, en general. O sea, yo creo que Europa ha fracasado en ese sentido. Seguimos practicando el neocolonialismo, seguimos yendo a los sitios a robar materias primas, a dejarles esa deuda externa y, cuando quieren buscar una vida mejor en nuestros países, les ponemos unas concertinas y no les dejamos pasar.

-La novela es también una crítica al nacionalismo.

-No me gusta el nacionalismo. Soy internacionalista. No creo en las purezas de raza. No creo en los ADN como motivo sociológico. Y no es que no me gusten, es que me horrorizan. El nacionalismo me parece una astilla de la Edad Media clavada en el muslo del siglo XXI.

-El año pasado publicó con Joaquín Sabina ‘Incluso la verdad’. En estos tiempos de la posverdad y la desinformación, ¿qué nos queda que no sea falso?

-Las personas. Yo soy defensor de esa frase que dice que lo que distingue a las cosas verdaderamente importantes de este mundo es que no son cosas. La gente, por regla general, es fantástica. Y más la gente española. España es un país de gente solidaria, generosa, que tiene la mala suerte de que, muchas veces, los peores son los que llegan más alto.