Vicente Amigo le está cantando a su amigo Queco Compare Manuel, la canción número 4 de su disco eterno Ciudad de las ideas, en Las Tendillas, el corazón añejo de Córdoba, donde la historia hizo mella.

Y de pronto se te aparece El Pele, eslabón perdido de este paraíso de sueños, Las Tendillas al atardecer, territorio abierto, ágora de generaciones, donde le puedes poner música al pensamiento de la ciudad. Como hacen Vicente Amigo, Queco y El Pele con sus ideas por alegrías, soleares o tangos, tres filósofos que han entendido el alma de Córdoba y se han metido dentro de ella. Como hicieron en su día Séneca, que llevó su filosofía a Roma y piensa todavía desde la Puerta de Almodóvar; Maimónides, que representó el judaísmo en la España medieval y en silencio saluda a los turistas en la Plaza de Tiberíades; Averroes, el comentador de Aristóteles, que mira a Séneca desde el final de la calle Cairuán; Osio, el obispo que convocó el Concilio de Nicea y contribuyó a la cristianización de la península ibérica, que ahora muestra su autoridad desde la Plaza de las Capuchinas, frente al antiguo Rectorado; o Ibn Hazm (Abén Hazán), filósofo, teólogo, historiador, narrador y poeta andalusí, que piensa todavía en El collar de la paloma desde la Puerta de Sevilla.

Y se te viene a la cabeza el nombre de Luis de Góngora, de vida ligada a la Judería -con estatua enfrente de la iglesia de la Trinidad-- y la Mezquita -donde tiene capilla y está enterrado--; el de Romero de Torres, que retrató una Córdoba con mujeres de amor místico y profano, que traspasa el tiempo con su galgo Pacheco desde su monumento excesivo y colosal de los Jardines de la Agricultura; el de Ángel de Saavedra, Duque de Rivas, que se yergue, romántico, en los jardines de la Victoria, junto a la Pérgola, un ensueño clasicista; o en Manolete, cuyo buen toreo y el miura Islero lo convirtieron en Linares en un mito de la España de posguerra, y que ahora mira el rosetón gótico de Santa Marina desde la plaza del Conde de Priego y a los amantes vespertinos desde la Lagunilla.

Y piensas que Córdoba, además de tener cuatro patrimonios de la humanidad es una ciudad de ideas cuya habilidad consiste en saber desatarlas.

Como han hecho Vicente Amigo, Queco o El Pele, cada uno en su estilo, con la guitarra, con el aserejé o el himno del Córdoba o con ese sagrado chorro de voz que te salpica el sentimiento y te revuelve el alma.

Filósofos, médicos, poetas, pintores, toreros y músicos son los exponentes en piedra o aún vivos de la Córdoba de las tres culturas y los cuatro patrimonios de la humanidad que ha criado generaciones de romanos, árabes, judíos y cristianos para que no vuelvan intolerancias y permanezca un pasado que supuso un ensayo de unión de culturas y semillero de ideas.

Como el álbum de Vicente Amigo, un disco que se trabajó en Córdoba, se masterizó en Nueva York, y hace veinte años consiguió un Grammy como mejor álbum flamenco. Córdoba, la ciudad que tiene la más bella Mezquita del mundo y un pasado tan atractivo que desde tiempos inmemoriales atrajo a su Colina de los Quemados (ahora circuito del Parque Cruz Conde) a los tartessos, antes de que los romanos se asentaran en el actual centro de Córdoba, que los árabes agrandarían hasta el Guadalquivir. Ese mundo de las ideas que ahora choca tanto con la realidad de la mascarilla, donde los municipios se han vuelto cárceles después de salir a comprar, que enfrenta a partidos políticos y que comprueba cómo la mengua del horario reduce beneficios, que no precios, en la hostelería. Por eso me atrajo tanto que Vicente Amigo le cantara tangos a Queco en Las Tendillas el día que se cumplió el veinte aniversario de su grammy. Lo propio de una ciudad con ideas.