Quizás muy pocos cordobeses se acordaron ayer de que era la festividad de San Acisclo y Santa Victoria, o, lo que es lo mismo, los patronos de la ciudad de Córdoba. Estos jóvenes a los que, el 17 de noviembre del año 313, el prefecto romano de Córdoba Dion durante la gran persecución del emperador Diocleciano torturó hasta su muerte por ser seguidores de Cristo.

Un 17 de noviembre muy lejano en el tiempo pero que en la ciudad se recuerda año tras año a través de diversos actos quizás poco populares, pero cargados de simbolismo.

Así, ni la lluvia ni el frío impidieron ayer que distintas cofradías cordobesas rindieran homenaje a San Acisclo y Santa Victoria en un sencillo acto organizado por la hermandad de la Misericordia, que como en años anteriores se desarrolló en el Puente Romano ante la hornacina donde la ciudad les recuerda.

Una ciudad que venera a sus santos mártires en la basílica menor de San Pedro, donde se volvió a celebrar la misa de rito hispano-mozárabe presidida por el obispo de la diócesis Demetrio Fernández.

En el altar mayor del templo se erigía la dorada cruz de guía de la hermandad de la Misericordia, a cuyos pies se encontraban las imágenes de San Acisclo y Santa Victoria exornados con flor roja.

Las voces del coro del seminario entonaban el canto de entrada, y daba comienzo la eucaristía en honor a los santos patronos, que como dijo el obispo en su homilía, serán siempre «un estímulo para los cristianos», así como que sus vidas nos enseñan a «vivir nuestra fe con heroísmo».

Concluyó la ceremonia en San Pedro, y las flores yacen en el mausoleo del Puente, si bien, gran parte de la ciudad sigue olvidando que el 17 de noviembre es la fiesta de sus patronos.