El chico de piedra que lloró en Las Palmas pasó el verano sin pensar demasiado, muy ajeno al fútbol, dando vueltas por la montaña sin móvil ni internet ni mundo, como aquel que necesita respirar a otra altura después de una experiencia demasiado fuerte. Cuando regresó a la realidad, ya avanzado agosto, se encontró una sorpresa inesperada que le hizo temblar de emoción y un viaje a Madrid.

No salió demasiado temprano ni le hizo falta peinarse. Le costó mantener los ojos abiertos, pero pudo distinguir un sinfín de autobuses con banderas del Córdoba. Recordó cuando era pequeño y no le importaba darse esas palizas. Recordó el viaje al Calderón, pero también el de Villanueva de la Serena, cuando sus amigos se hicieron pasar por periodistas en aquel campo que tenía más barro que césped. Entró al Bernabéu con una hora de antelación, él, que siempre llega con la hora justa. Vio todo vacío, imponente, pero vacío. Acostumbrado a carteles sin peso, esbozó una sonrisa al ver el nombre del Córdoba junto al del Madrid.

Notaba que era un momento diferente, pero no por él, sino por lo que veía y escuchaba. Por la ilusión del frutero de su barrio, por la del socio de siempre desperdigado por la grada con su camiseta de Segunda B, por la del fotógrafo agradecido por la botella de agua y la silla que le dieron al entrar, acostumbrado a las penurias en El Arcángel.

Hay revuelo en torno al banquillo del Córdoba. El cuerpo técnico viste de chaqueta y se pasea como en una boda, con los zapatos relucientes y cosquilleo.

Los asientos bajos son una feria de críos vociferando a los jugadores madridistas. Piden la camiseta como si en ello les fuera la vida. La piden con tal vehemencia que hasta han aprendido francés para tocar la fibra de Benzemá, pero este no se inmuta. Ronaldo y Bale aplauden.

Durante el calentamiento los jugadores del Madrid no hablan. Solo Marcelo y Ramos tienen un gesto de complicidad.

El chico de piedra quiere oír el himno del Córdoba pero está demasiado lejos de su afición. De vez en cuando la nota, en el anillo superior, dos filas casi enteras de blanco y verde. Solo durante algún pequeño tramo permanece callada, como el 80% del público, que parece asistir a una película en el cine de verano.

No se celebra el gol de Benzemá con mucho entusiasmo, como si ya se esperara y formara parte del guion, como si los locales estuvieran ante una película comercial de esas en las que ya se sabe lo que va a pasar.

Se aprecian flashes desde la grada blanquiverde, pese a que hay luz, pero las máquinas no siempre entienden. El chico de piedra escucha la metralleta de un fotógrafo cuando Matos se acerca a su banda. Imagina que alguna foto le habrá salido bien. Piensa qué pasaría si tuviera que revelar la decena de disparos que ha hecho en esa jugada de cuatro segundos. "¡Sí se puede!", canta la afición antes del parón. En el descanso, tan habitual en los cines de verano, no se venden altramuces, ni siquiera se piden refrescos en latas, ni se descansa la voz. "¡Qué rabia, en un córner!". "¡Bueno, ahora que Ferrer aguante diez minutos, saque a Cartabia y a Fidel y que sea lo que dios quiera", señala un seguidor con vena de técnico. "Esto es otro nivel", apunta uno de los jóvenes que estuvo en Villanueva de la Serena hace años.

En el descanso solo es posible hacer llamadas de emergencia. Los de aquí se mueren por contar a los de Córdoba lo que están viviendo -- "¡esto merece la pena!"-- y los de allí también presumen de lo suyo. "¡Voy estrenando bici!", cuenta una chica.

Matos se retira a cámara lenta, no quiere salir del plano. La única luz que queda es la de los focos. El cine de verano amaga con un guion asombroso, incomprensible, pero el sabor de que ha sucedido algo diferente solo dura dos segundos. Son dos segundos hermosos. Se grita gol y se salta; da tiempo a todo eso en dos segundos, hasta que el árbitro corta. Mientras, el público local se desahoga con pitos a cada cambio de Ancelotti.

Conforme avanza la noche parece que vaya a faltar tiempo, que el final está abierto. El cine se vuelve aún más silencioso y se escuchan a los cinco mil blanquiverdes con claridad. "Pues está quedando el Córdoba muy digno, ¿no?", se comenta entre la afición madridista.

Quedan dos minutos y el chico de piedra piensa en Las Palmas. Aquello sí que fue una película de cine independiente. También era verano. Pero este cine no es el mismo, aquí casi siempre pasa lo mismo. Ronaldo cierra su puño al marcar. La afición del Córdoba sigue cantando. "¡Cómo han animado!", clama un seguidor del Madrid. El estadio se vacía, aunque los cánticos prosiguen. Ya no hay cine, pero el orgullo se mantiene en cada rostro de los cordobesistas. También en los que están a 400 kilómetros. "Ya en casa, ¡qué rápido se llega en bici!".