A principios de este siglo algunos científicos y técnicos comenzaron a alertar sobre la rarefacción que se estaba produciendo sobre un grupo de aves muy particular, especializado a vivir en los hábitats más transformados por el hombre, los campos cerealistas y las estepas subarbustivas, manejadas para el ganado. A este grupo se le conoce como aves esteparias, donde la avutarda, sisón, ortega y aguilucho cenizo son las más representativas.

En aquellos años se puso en marcha el programa de conservación de estas aves y una de las primeras medidas fue conocer su estatus. Resultado de los estudios fue la publicación en el año 2006 del libro Aves esteparias en Andalucía. Bases para su conservación, de Miguel Yanes y Juan Manuel Delgado; y otro publicado por la Fundación Gypaetus en 2007, La avutarda común en Andalucía, que resume la investigación realizada entre 2001 y 2005 por Juan Carlos Alonso, del Museo de Ciencias Naturales del CSIC. Ambos mantienen una rabiosa actualidad porque la situación, en lugar de mejorar, ha empeorado con carácter general.

La acción del hombre a lo largo del tiempo ha favorecido la estepa en Andalucía e, incluso, hay indicios geológicos de su existencia antes de su llegada a estos lares. La flora, los invertebrados y las aves suelen ser comunes a las estepas. Además de las citadas, podemos hablar de la alondra, collalba negra, abejarucos, carracas, mochuelo, cernícalo común y primilla. Al ser paisajes tan transformados, la población los tiene menos valorados e, incluso, mantienen cierta connotación negativa hacia ellos. Las estepas leñosas tienen un uso ganadero y con especies muy utilizadas como el esparto. En ellas, el trabajo es duro y las rentas bajas y, por tanto, también son paisajes pocos reconocidos hasta ahora.

Hablamos de dos tipos de ecosistemas. Uno de medios abiertos, de tierras dedicadas a la producción principal de cereales de secano, distribuidas principalmente en el valle del Guadalquivir y conocidas como estepas cerealistas; y otro, de vegetación espontánea conformada por estepas leñosas y pastizales manejadas por el hombre, principalmente situadas en Andalucía oriental. En la provincia de Córdoba se localizan en la campiña y en el norte.

La Administración acuñó para diferenciar a estas áreas el concepto de Zona Importante para las Aves Esteparias (ZIAE), constituida por 23 espacios repartidos por la geografía andaluza. De ellas, sólo el 34,1% de su superficie se encuentran reconocidas como Zona Especial de Protección para las Aves (ZEPA), figura de protección de rango europeo. Para su designación se tuvo en cuenta las especies catalogadas «en peligro crítico de extinción» y «en peligro de extinción» y que albergara importantes poblaciones del resto de las especies. En la provincia de Córdoba se citan tres áreas, dos en el norte de la provincia (Llanuras del Alto Guadiato y Pedroches Occidentales) y una en la campiña (Campiñas de Córdoba-Baena).

La primera fue declarada ZEPA en el año 2008, y protegió cerca de 34.000 hectáreas de esta zona. Alternan los cultivos de cereales y los pastizales ganaderos y es una de las zonas más importantes para la conservación de la avutarda en Andalucía y de alta densidad de sisón. Los Pedroches Occidentales se sitúan en los términos municipales de Belalcázar e Hinojosa del Duque. Se extiende sobre unas 24.000 hectáreas, también de cultivos de cereales y pastizales ganaderos y es importante por albergar una población de avutarda y de ganga ortega e, incluso, ganga ibérica en invernada. En ambas sobresalen también las grullas.

La campiña se extiende por Córdoba, El Carpio, Bujalance, Cañete de las Torres, Castro del Río, Baena y Valenzuela. Es un área de unas 47.000 hectáreas de campiña cerealista intercalada de olivares, donde destacan el sisón y el aguilucho cenizo y un núcleo de avutarda en contacto con la ZIAE de Jaén, denominada Campiña de Porcuna. A estas zonas ha llegado la transformación mediante la extensión de los cultivos leñosos (pistachar y olivar, principalmente). En el núcleo de la campiña ha sido tan intensa que la población de avutarda ha caído a niveles donde su recuperación se torna muy difícil. La falta de ayudas económicas que compensen la pérdida de rentas por mantener las prácticas tradicionales y más beneficiosas para las aves es la causa principal del cambio de este modelo de paisaje. La Administración parece haberse olvidado de estos espacios y asiste impasible a su perdida.