A veces la vida es demasiado grande. Dejarse flotar en la victoria del universo fútbol es un orgasmo cósmico. La selección española le ha proporcionado a muchos la mejor noche de lo que llevamos de verano. Ni la crisis que azota al país, ni la novia que me dejó, ni la amante enfadada, ni el amigo traidor. Nada. El gol de Torres fue el canal hacia Las Tendillas. Hacia el vaso largo y hacia una noche de fiesta. Son esos momentos por los que merece la pena estar por aquí.

Córdoba estaba volcada con su equipo nacional. En estos acontecimientos, los bares son como el audímetro para la televisión o el sonómetro para los grandes estadios. Bares, ¡qué lugares! Y allí estaban, con la camiseta roja. Esos aficionados coleccionistas de elásticas de pasados mundiales o eurocopas de infausto recuerdo. Porque la de este año, la buena, la ganadora, solo estaba presente en Viena. Al menos yo no la vi.

A través de la pantalla gigante, vía satélite, los once más grandes. Y la gente era consciente de que el triunfo estaba a la vuelta de la esquina. La industria pesada perdiendo kilos frente a los nuestros, frente a los pequeños del tiki taka . En la tele de plasma, la imagen de Zapatero en el palco, y apoyados en la barra un grupo le abucheaba. "¡Zapatero, nos vas a mandar a todos al paro, vaya crisis!". Claro que otro aficionado por lo bajini decía: "Pues que le pregunten al dueño del negocio por la crisis... Hoy los cubatas un euro más caros, y esto está ´petao´". Y venga a servir copas.

El final se acercaba, España mantenía su renta y seguía con ese fútbol inolvidable. Corría también la cerveza. Pocos nervios. Fue mayor el sobresalto ante Italia. Alemania no llegaba, Alemania moría lentamente, impotente... y el partido se acabó.

Y el silencio de las calles roto. La locura. La gente buscaba cualquier fuente, cualquier espacio para gritar. Iban alineados como un ejercito que rompía filas de aquí para allá. Las vías principales de la ciudad repletas, en carrera continua hacia Las Tendillas gritando como locos ¡campeones, campeones! Todos hacían sonar el claxón. Todos teledirigidos hacia el mismo lugar. Los puestos levantaban sus persianas. Se vendían macetas bien cargadas y nadie quería dormir. "Yo trabajo, pero qué me importa. ¿Cuándo voy a vivir algo igual?¿Cuándo voy a sentirme tan orgulloso?", decían. Y en la plaza de las celebraciones litros de alcohol de un lado para otro. Y así hasta el amanecer más hermoso.