Como muchos de mis conciudadanos, que pasamos ya la cuarentena, mis capacidades políglotas se reducen al dominio defectuoso del castellano y deficiente del idioma inglés. Como consecuencia de este cuasi analfabetismo lingüístico, tengo el empeño casi obsesivo de que mis hijos no sufran esa lastre vital y aprendan a comunicarse en varios idiomas. Es obvio el bagaje cultural e intelectual el enriquecimiento que aporta el dominio de varias lenguas. La capacidad que confiere de abrirse al ancho mundo, de comunicarse y compartir con los demás a escala planetaria. Sin embargo, si el dominio del idioma se utiliza para aislar al otro, para incomunicarlo, se convierte en una herramienta oscurantista y destructiva, que con seguridad terminará aislando a quien así lo utiliza, al suscitar el rechazo de los otros.