Conflicto en Oriente Próximo

El frágil Líbano se prepara para la posible expansión de la guerra en su territorio

“En la práctica, no tiene capacidad logística para soportar la guerra”, denuncia la economista libanesa Layal Mansour Ichrakieh

Una simpatizante sostiene una fotografía del líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah (izq.) y una fotografía de su anillo (der.), durante su discurso televisado en el suburbio sur de Beirut, Líbano.

Una simpatizante sostiene una fotografía del líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah (izq.) y una fotografía de su anillo (der.), durante su discurso televisado en el suburbio sur de Beirut, Líbano. / EFE

Andrea López-Tomàs

Hace un mes que los pasillos de los supermercados del Líbano se asemejan a los de tiempos pandémicos. Hay escasez de alimentos, mucha tensión en los rostros, esta vez sí descubiertos, y bastante prisa. Los carros desbordados muestran las ansias de hacer acopio de una población acostumbrada al conflicto y la inestabilidad, pero que, en este 2023, le pillaría en sus horas más bajas. El Líbano, sumido en una debacle económica que no ve fin, teme que la expansión de la guerra contra Israel que emprenden los combatientes de Hizbulá en el sur se expanda a otros rincones del país y acabe de hundirlo en la más profunda oscuridad. “En la práctica, el Líbano no tiene capacidad logística para soportar la guerra”, denuncia la economista libanesa Layal Mansour Ichrakieh

“Ya se encuentra en una profunda depresión, una crisis económica multidimensional, donde el sector bancario prácticamente se ha derrumbado, la ciudadanía sufre el fin de la libra libanesa, con la pérdida del 98% de su valor, una inflación galopante, y el desastre político al no tener gobernador del Banco Central, ni presidente, ni gobierno”, constata esta macroeconomista especializada en países dolarizados y en desarrollo a El Periódico de Cataluña, de Prensa Ibérica. Desde que Hizbulá empezó a lanzar cohetes y ataques a Israel un día después de la ofensiva de Hamás contra el Estado hebreo, los tambores de guerra no han dejado de sonar. “El 

 no sólo para afrontar una guerra, sino también para afrontar incluso fuertes lluvias”, ironiza.

Indefensión por una "decisión extranjera"

Al otro lado de una frontera custodiada por fuerzas especiales de Naciones Unidas, Israel ya ha anunciado que no le interesa esa escalada. La mayoría de sus esfuerzos están puestos en la operación terrestre sobre la Franja de Gaza y los centenares de bombardeos sobre barrios civiles, hospitales y panaderías que han matado a más de 9.000 palestinos. Entre la población del Líbano, hay poco apetito por la guerra. “Todo el Líbano, incluido Hizbulá, no queremos una guerra”, decía hace unos días el ministro de Relaciones Exteriores del Líbano, Abdalá Bou Habib, en contacto regular con la milicia libanesa. “Hemos dialogado con ellos y mi impresión es que no iniciarán una guerra”, señalaba. El primer discurso de su líder Hasán Nasrallah parece indicar lo mismo. 

Entre su ciudadanía, el sentimiento es de indefensión. “Si habrá guerra o no, depende de Irán, es una decisión extranjera y no una decisión local”, afirma Mansour Ichrakieh. “El Líbano no quiere una guerra, en absoluto, pero fácilmente puede ser una víctima de Irán si así lo decide”, lamenta. El país de los cedros sufre el desgobierno político desde hace un año y medio por la incapacidad de sus líderes para formar un Ejecutivo estable. Además, tampoco cuentan con presidente desde octubre del año pasado. La crisis financiera que vive el país durante los últimos cuatro años, considerada por el Banco Mundial como una de las peores en todo el mundo desde el siglo XIX, ha provocado que tres cuartas partes de la población intenten sobrevivir bajo el umbral de la pobreza.

Éxodo de la población del sur

Sumado a este catastrófico contexto, la población del sur del país ya está sufriendo las consecuencias de una guerra abierta en su territorio. En el lado libanés, al menos 20.000 personas han huido hacia el norte del país, según la Organización Internacional de Migraciones de Naciones Unidas. “Muchas regiones del sur se están quedando vacías, tenemos miles de libaneses desplazados a Beirut y las regiones circundantes”, explica Mansour Ichrakieh. “Desafortunadamente, como no se respetan las normas y reglamentos, mucha gente se está intentando aprovechar de los desplazados, especialmente en el alquiler subiendo los precios hasta niveles ilógicos y exorbitantes”, denuncia a este diario. 

Las consecuencias de una guerra sobre un territorio siempre son trágicas, pero, en el Líbano, pueden ser letales para la propia existencia del país. La sociedad libanesa aún trata de recuperarse de la explosión en el puerto de Beirut, la pandemia del coronavirus, la presencia de dos millones de refugiados sirios en el país y una de las tasas de inflación más elevadas del mundo, a la vez que intenta surfear como puede la crisis económica. “La mayoría de las personas desplazadas están perdiendo sus empleos, lo que tiene un impacto económico negativo directo a pequeña y gran escala”, señala Mansour Ichrakieh. A nivel económico, los efectos del conflicto pueden ser irreversibles. 

“Una guerra recurrente para el Líbano desde 1975 ya le da una notoriedad de país inestable y lo clasificaría como un territorio con inversiones de alto riesgo debido a su gestión económica interna débil y corrupta”, dice la economista. “Pero, sobre todo, la pérdida de sus ciudadanos es argumento suficiente para evitar cualquier posible guerra en el futuro”, añade Mansour Ichrakieh. El frágil Líbano observa con cautela cualquier movimiento y declaración de Hizbulá y de Israel, porque sabe que un simple gesto brusco puede ser su condena e, incluso, su sentencia a muerte. Mientras usan sus últimas libras para llenar sus despensas, los fantasmas del pasado ya se han instalado en las mediterráneas casas del país de los cedros.