Aniversario de la invasión estadounidense del país árabe

Veinte años de la guerra de Irak: Sin rastro de Saddam Hussein en Bagdad

En la capital iraquí es más fácil encontrar al Capitán América en un palacio del dictador que estatuas o retratos del ajusticiado 'rais'

Veinte años de la guerra de Irak: Sin rastro de Saddam Hussein en Bagdad.

Veinte años de la guerra de Irak: Sin rastro de Saddam Hussein en Bagdad. / Joan Cañete Bayle

Joan Cañete Bayle

Veinte años después de la invasión estadounidense que derrocó el régimen de Saddam Husseinen el Bagdad de hoy es casi imposible encontrar imágenes del dictador. Saddam impuso un culto a la personalidad feroz en sus años al frente del país, y pobló la capital de estatuas y grandes retratos suyos: de militar, de paisano, como la gran figura paterna de todos los iraquíes. El culto a la personalidad era asfixiante y alcanzaba todos los rincones, desde las paredes de las tiendas hasta los relojes de pulsera, ornamentados con su rostro. Antes de la invasión, un museo en Bagdad dedicado por completo a su figura exponía su colección de armas, pequeños objetos de su biografía, como su primer carnet del partido Baaz, y fotografías, muchas fotografías: retratos de sus etapas vitales desde la edad escolar, saludando a líderes mundiales, y posando en alguno del centenar de lujosos palacios que hizo construir por todo el país. Hoy, la única fotografía que pude ver de Saddam tras recorrer Bagdad durante varios días fue en un puesto de libros de segunda mano en los alrededores de la calle Al-Mutanabi, en la portada de una traducción al árabe del 'Debriefing the President: The Interrogation of Saddam Hussein', el libro que hace unos años publicó John Nixon, el primer agente de la CIA que interrogó a Saddam tras su captura por los soldados estadounidenses en un zulo de Tikrit, la ciudad natal del dictador. 

Unas jóvenes pasean por el mercado antiguo de Bagdad.

Unas jóvenes pasean por el mercado antiguo de Bagdad. / Joan Cañete Bayle

No hay, por ejemplo, ningún retrato de Saddam en el café Shahbandar, bandera de los pocos cafés clásicos de intelectuales que resisten en la calle Al Rasheed y las adyacentes, el alma del Bagdad inmortal. Tiene mérito, porque las paredes del Shahbandar están repletas de fotografías antiguas, en blanco y negro, de poetas, escritores y filósofos, y también de políticos de la época otomana y del rey Faisal II, el último monarca iraquí. No hay espacio para Saddam en amplios círculos sociales iraquíes, y mucho menos en lo que queda de una capa intelectual antaño de las más potentes del mundo árabe. Solo en la calle de ciertas localidades suníes y determinados barrios de Bagdad, algunos nostálgicos pronuncian la frase típica de todos los países que han sufrido largas dictaduras: "con Saddam se vivía mejor". Pero son una minoría.

Pipas de agua y té

No es el Shabandar un café donde encontrar a estos nostálgicos. Su decoración, de muebles de cuero y madera desgastados y teteras oscurecidas por el paso del tiempo, engaña: parece y huele a antiguo, su mezcolanza de aromas del tabaco de las pipas de agua y el té con limón clásico es puro Bagdad. En realidad, fue reconstruido a imagen y semejanza del café original, abierto en 1917, después de que un atentado con coche bomba en la calle Al Mutanabi lo destruyera en marzo de 2007. Veinte personas murieron en el atentado, entre ellas cuatro hijos y el nieto del propietario. Hoy, el local se llama Café de los Mártires Shabandar.  

Una tienda del mercado de Bagdad.

Una tienda del mercado de Bagdad. / Joan Cañete Bayle

En cada rincón de Bagdad pueden encontrarse cicatrices de estos 20 años de infortunio: invasión y ocupación estadounidenses, insurgencia, guerras civiles, eclosión del Estado Islámico y combate contra el califato. En algunos barrios, como Adamiya, persisten algunos de los muros de cemento que se levantaron para separar a comunidades y evitar un mayor derramamiento de sangre del que ya de por sí causó el odio sectario. La Zona Verde, el complejo de palacios presidenciales de Saddam que se convirtió tras la invasión en el corazón primero de la ocupación y después de las instituciones del nuevo Irak, reabrió a la ciudad hace poco tiempo, y aun así el acceso está controlado por soldados fuertemente armados de los cuerpos de élite antiterroristas entrenados por las potenciales occidentales y que se curtieron en la cruenta guerra contra el Estado Islámico.

Para acceder a algunos barrios mixtos aún hay que pasar controles de seguridad de la policía y el Ejército, y ministerios e instituciones como el Banco Central, la universidad, hospitales, embajadas, sedes de partidos políticos, entidades extranjeras como el Instituto Francés y hoteles (como los emblemáticos para la prensa internacional Palestina y Sheraton) están fuertemente protegidos por barricadas, muros, vigilancia armada y detectores de metales. Aterrizar en el aeropuerto internacional es sencillo; para salir del país hay que salvar cinco controles de seguridad. De la misma forma, para acceder a los modernos centros comerciales abiertos en los últimos años por inversores extranjeros o nuevas fortunas iraquíes, también hay que pasar por detectores de metales. 

Bagdadíes en la calle Al Rasheed.

Bagdadíes en la calle Al Rasheed. / Joan Cañete Bayle

Lo mismo sucede en uno de los antiguos palacios de Saddam a orillas del Tigris, convertido en un centro comercial –con bolera, restaurantes y tiendas— de innegable aroma kitsch árabe. Mujeres con hiyab y chador pasean por el centro comercial, mientras los niños se agrupan ante una tienda de juguetes y chucherías cuya puerta escoltan unas figuras a tamaño natural de héroes de Marvel: Hulk y el Capitán América. Sí, es más fácil encontrar hoy en Bagdad imágenes del Capitán América que de Saddam Hussein. 

Retratos de Messi

O de Leo Messi. Plafones publicitarios del futbolista argentino alzando la Copa del Mundo menudean por los edificios de Bagdad. Son campañas de publicidad de servicios de streaming y de una tarjeta de crédito, lo cual no deja de ser una paradoja en un país donde apenas hay transacciones bancarias, en el que la vida se paga en efectivo y se cuenta según los vaivenes del tipo de cambio del dinar con el dólar. Todo el mundo se queja de que el dólar está por las nubes, desde la prensa hasta los pocos vendedores de souvenirs que sobreviven en los rincones más turísticos de la ciudad. Bagdad ha experimentado un proceso de gentrificación inverso: donde años atrás había negocios de bisutería, alfombras, teteras y dulces típicos, ahora se venden máquinas de coser, ropa y zapatos. No hay turismo en la ciudad, asustado por 20 años de violencia ininterrumpida. 

Red de cables conectados a generadores eléctricos en Bagdad.

Red de cables conectados a generadores eléctricos en Bagdad. / Joan Cañete Bayle

Por este motivo, tampoco hay barcazas para turistas en los dos ríos, el Tigris y el Éufrates. Si se busca, se puede comer masgouf (una carpa a la brasa) en sus orillas, uno de los placeres a los que la ciudad se resiste a renunciar. Ni siquiera en la orilla, puede uno escapar del zumbido de los generadores de electricidad, que juega un papel predominante en el tapiz sonoro de la ciudad, junto al rumor del tráfico, el claxon de los coches y las admoniciones de los vendedores ambulantes. Veinte años después, Bagdad, como el resto del país, sigue sin tener una infraestructura eléctrica que garantice el suministro, de ahí que los bagdadíes posean generadores que funcionen con gasolina, uno de los motivos por los que los niveles de contaminación de la ciudad son muy altos. El otro es el tráfico infernal.

Pese al tráfico que todo lo engulle, los puentes sobre el Tigris y el Éufrates son uno de los observatorios privilegiados de la ciudad. Hace 20 años, las imágenes de Bagdad bajo las bombas y de los marines tomando la ciudad coparon las televisiones de todo el mundo. Hoy, observar los ríos desde el puente permite ver cómo ha bajado el caudal a causa de la sequía y los efectos del cambio climático. Esa es otra guerra que se cierne sobre Bagdad.