"Intentaron enterrarme vivo y estoy acá para gobernar este país en una situación muy difícil, vamos a encontrar una salida. Brasil es mi causa". A los 77 años, Luiz Inacio Lula da Silva ganó en las urnas el derecho a ser de nuevo presidente, después de atravesar años de hostigamiento judicial y demonización mediática. "No enfrentamos un adversario sino la máquina del Estado brasileño. Esta noche, el único y gran vencedor es el pueblo y un inmenso movimiento democrático", dijo el gran protagonista de una jornada saturada de amenazas. Al escrutarse el 99,9% del padrón electoral, el candidato del Partido de los Trabajadores (PT), obtuvo el 50,9 % de los votos frente al 49,1% del presidente Jair Bolsonaro. La ventaja ha sido de unos dos millones de sufragios, un número que da cuenta de una fuerte polarización política no cesará. Nunca antes en la historia republicana de ese país nadie había ocupado la presidencia en tres oportunidades. Es la primera vez, además, que un jefe de Estado no es reelecto. La gran pregunta que se formulaban los analistas en medio del dramático desenlace es cuándo el capitán retirado aceptaría su derrota.

Las primeras repercusiones internacionales del resultado no tardaron el llegar y condicionan los movimientos de Bolsonaro. Su silencio no podrá modificar el curso de los acontecimientos. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, fue uno de los primeros en felicitar a Lula. La Unión Europea también se pronunció con rapidez, a través de Josep Borrell. "La UE y Brasil mantienen una larga asociación estratégica, basada en valores compartidos y en el respeto a la democracia, los derechos humanos y el Estado de Derecho. Nos comprometemos a profundizar y ampliar nuestra relación en todos los ámbitos de interés mutuo, incluidos el comercio, el medio ambiente, el cambio climático y la agenda digital, en beneficio de nuestros ciudadanos. También mejoraremos nuestro trabajo conjunto en favor de un desarrollo inclusivo, justo y sostenible".

26

Los seguidores de Lula da Silva celebran su victoria en las elecciones brasileñas Reuters

El jefe de Gobierno españolPedro Sánchez, destacó que el gigante sudamericano "ha decidido apostar por el progreso y la esperanza". "Uniremos nuestras fuerzas para hacer frente a los numerosos retos comunes y renovar el vínculo de amistad entre nuestros dos países", escribió por su parte el francés Emmanuel Macronquien tuvo una mala relación con Bolsonaro, especialmente por la cuestión del medio ambiente. Lula no pasó por alto las salutaciones: "le decimos al mundo que Brasil está de vuelta y dejará de ser un paria internacional". Llamó a retomar la colaboración con EE.UU y la UE.

El mexicano Andrés Manuel López Obrador saludo la victoria de Lula. El ganador de la contienda no aguardó las palabras de reconocimiento de Bolsonaro y se proclamó vencedor en su cuenta de Twitter, con una bandera brasileña. También lo hicieron Nicolás Maduro, de Venezuela, y la vicepresidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner. En la avenida Paulista, la más importante de San Pablo, los simpatizantes del líder del Partido de los Trabajadores (PT), iniciaron por anticipado el festejo.

El primer pronunciamiento

A tres horas de haber comenzado el recuento de los sufragios, y tras agradecer a Dios, Lula esbozó ante la sociedad cuál será su hoja de ruta. "Los brasileños quieren un buen empleo, salario justo, políticas públicas de calidad, libertad religiosa y una cultura libre de armas. Así entiendo la democracia: algo palpable que sentimos en la piel y podemos construir día a día, con un crecimiento económico que no debe estar al servicio de perpetuar las desigualdades. Necesitamos un Brasil igualitario, con paz y oportunidades. Blancos negros e indígenas deben tener los mismos derechos y oportunidades".

Lula, quien llevó como compañero de fórmula al exgobernador paulista, el centroderechista Geraldo Alckmin, dejó su primer mensaje hacia los que optaron por la ultraderecha en las urnas. "A partir del 1 de enero voy a gobernar para todos y no solo los que nos votaron. Somos un único país y una gran nación. Es hora de reunir de nuevo las familias. Este pueblo está cansado de pelear y vivir en un estado de guerra. Es hora de bajar las armas que nunca debieron ser empuñadas. Tenemos que recuperar el alma de este país y su solidaridad. Nuestro compromiso es acabar otra vez con el hambre. No lo podemos tolerar esto como normal ni seguir conviviendo con ese inmenso pozo sin fondo". A su vez se comprometió a mantener una "Amazonía viva" para preservar el medio ambiente, que "vale mucho más que el oro y la madera extraída". Brasil, aseguró, estará abierto a la cooperación internacional sin renunciar a su soberanía.

El presidente de la cámara de Diputados, el conservador Arthur Lira, ya aceptó, por lo pronto, el veredicto de las urnas y saludó, a su modo, al futuro mandatario. Lira, encargado durante estos años de bloquear toda tentativa de juicio político a Bolsonaro, expresó su "compromiso" de trabajar con la nueva autoridad ejecutiva en aras del "debate", el "diálogo" y la "transparencia". Llamó a su vez a "pacificar" un país profundamente dividido. "No podemos aceptar el revanchismo".

Te puede interesar:

Incetridumbres y certezas

Nunca antes ese país llegó a una contienda electoral bajo la velada amenaza del desconocimiento del veredicto de las urnas por parte de un presidente en ejercicio así como numerosos hechos de violencia y un aluvión de fake news en las redes sociales que tuvieron un claro efecto en una parte de la sociedad. Más allá de lo que decidieron las urnas, el Brasil venidero lleva ya la marca de la era bolsonarista. El capitán retirado ha logrado algo a lo que nadie se había atrevido en ese país: constituir un fuerte movimiento de derechas con sus ramas más ultras. Lula tendrá que hacer un ejercicio inédito de equilibrismo frente a un Parlamento hostil, con una mayoría de las bancadas de la ultraderecha tanto en el Senado como la cámara de Diputados. La situación de segunda minoría del PT en las cámaras se parece a la de un campo minado. Lula debería transitarlo con una enorme cautela y ante la latente probabilidad de un intento de desplazamiento, algo que Brasil ya experimentó en 2016. Pero, además, buena parte de los grandes estados de Brasil quedarán en manos del bolsonarismo y sus aliados.