El pasado 15 de febrero, la Duma Estatal, cámara baja del Parlamento de la Federación Rusa, aprobó el reconocimiento diplomático inmediato de las Repúblicas Populares de Donetsk y Luhansk. Una mayoría en el Consejo de Seguridad de la Federación Rusa respaldó el lunes 21 de febrero dicho reconocimiento. Y ese mismo día, Vladimir Putin pronunció un discurso en el que exponía las bases de lo que horas después, en la noche del lunes 21 al martes 22, se puede ahora describir como la invasión de Ucrania en dos fases. Primera, el envío de tropas rusas a los territorios de las citadas republicas y, segunda, el jueves 24, con la ofensiva sobre todo el territorio de Ucrania. 

El discurso de Putin del lunes pasado, el citado 21 de febrero, es clave. En él, el presidente ruso emula a Stalin en los años 30 del siglo pasado, por un lado, y reivindica de facto a la Casa de Románov, la dinastía que gobernó Rusia desde el siglo XVII hasta la revolución rusa del 25 de octubre de 1917, según el calendario juliano (7 de noviembre de acuerdo con el gregoriano). ¿Por qué? Porque explica, probablemente, con más claridad que nunca antes, los principios, por así decir, de su acción. 

Dice Putin: “La Ucrania moderna fue creada completamente por Rusia, o para ser más exactos, por la Rusia comunista bolchevique”. Lenin y sus seguidores lo hicieron de manera cruda, enajenando los territorios históricos de Rusia. A millones de personas que viven allí no se les preguntó nada. El nuevo zar describió la paradoja, a sus ojos, de la situación. Vino a decir que a pesar de lo que había hecho Lenin, los ucranianos han pagado muy mal esa llamada enajenación de los territorios históricos de Rusia.   

“Los descendientes agradecidos han demolido monumentos a Lenin en Ucrania. Esto es lo que llaman descomunización. ¿Quieres la descomunización? Bueno, esto nos conviene bastante. Pero no debes quedarte a mitad de camino. Estamos listos para mostrarles lo que significa la descomunización genuina para Ucrania”. Es decir: la invasión. 

La propuesta de Lenin

Los elementos de una identidad nacional de los ucranianos no fueron, como dice Putin, una creación del líder de la revolución rusa. Precisamente, por su existencia durante siglos, y la de otras nacionalidades, Lenin abogó por el reconocimiento del derecho de autodeterminación nacional, incluyendo, si así lo decidían esos pueblos, el derecho de separación. 

En 1919, tres años antes de la creación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), en diciembre de 1922, Lenin explicó en una carta su propuesta sobre Ucrania, al que debía prestarse atención aparte de la expropiación del capitalismo. “El poder de los soviets (consejos obreros) tiene en Ucrania sus propias tareas especiales. Y una de ellas requiere una gran atención en estos momentos [tras la reciente derrota en Ucrania del ejército contrarrevolucionario blanco liderado por el general Antón Denikin]. Y es la cuestión nacional, o, en otras palabras, si Ucrania va a ser una independiente República Soviética Socialista vinculada a una alianza (federación) con la República Rusa Socialista Soviética Federal, o si Ucrania se fusionará con Rusia para formar una sola república soviética. La independencia de Ucrania ha sido reconocida tanto por el comité ejecutivo de federación rusa socialista soviética y por el partido comunista ruso. Serán los trabajadores y campesinos ucranianos quienes decidirán si se fusionan con Rusia o si permanecen como república separada e independiente y en este caso qué relaciones federales tendrán con Rusia”. 

En 1922, Ucrania se unió a la creación de la URSS.

En los años 30, Stalin puso en práctica la “rusificación” de Ucrania, que se tradujo en la eliminación del idioma ucraniano y la represión de la cultura del pueblo ucraniano, víctima, a su vez, de una hambruna, derivada de la industrialización forzosa, que provocó la muerte de millones de personas, desenlace caracterizado por algunos historiadores como un genocidio. 

La invasión en curso impulsada por Putin es una nueva rusificación de Ucrania.