Las incertidumbres que propaga el coronavirus también han contagiado, y de lleno, la campaña electoral de EEUU, provocando trastornos de efectos aún desconocidos. A poco menos de seis meses de la cita con las urnas, estos días son un recordatorio del terreno inédito en el que se mueve la carrera por la Casa Blanca.

Primero, el pasado martes se vivió una tormenta, breve pero intensa, por unas declaraciones del yerno y asesor de Trump, Jared Kushner, que reactivaron el debate sobre la posibilidad, casi irreal, de un cambio de fecha en las elecciones. La fecha está marcada por una ley de 1845, el presidente no puede alterarla con una orden ejecutiva. Incluso en el improbable caso de que se cambiara por una acción del Congreso, toparía con el freno de la Constitución, que fija también las fechas de inauguración del Congreso y de la toma de posesión del presidente, y necesitaría ser enmendada en un proceso con mayoría de dos tercios en las dos cámaras y el refrendo de al menos 38 de los 50 estados.

En una entrevista con Time, Kushner pareció dejar entrever que había incertidumbre sobre que los comicios se fueran a hacer el 3 de noviembre. «Está demasiado lejos para decirlo», dijo ante la pregunta de si habría algún escenario, incluyendo una segunda ola de la epidemia en otoño, ante un posible retraso.

Aunque solo unas horas después Kushner clarificó sus palabras, se reavivaron los fantasmas de los que Joe Biden, el candidato demócrata de facto, alertaba en abril. Entonces el exvicepresidente expresó su opinión de que Trump «intentará retrasar las elecciones de alguna manera, inventarse algún razonamiento sobre por qué no se pueden celebrar». Trump, no obstante, ese mismo mes de abril insistía en que «las elecciones serán el 3 de noviembre».

También ese martes el impacto de la pandemia se dejaba sentir cuando el Comité Nacional Demócrata (DNC, por sus siglas en inglés) daba pasos que acercan más la posibilidad de que su convención, que debía celebrarse en Milwaukee y ya retrasaron de julio a agosto, acabe siendo virtual, total o parcialmente. Aunque de momento lo ha decidido un comité dentro del DNC, que aún debe votar en pleno, augura alteraciones que ni siquiera impuso la guerra civil en 1864. Esa misma posibilidad no la contempla por ahora el Comité Nacional Republicano ni Donald Trump, que ya ha tenido que suspender de momento los grandes mítines que son savia para él y para su campaña.

LA VENTAJA DE LA PRESIDENCIA / Tanto el presidente como Biden se mueven en las aguas empantanadas por el virus, que centra la atención. Trump cuenta con la ventaja de la presidencia, y en los últimos días ha agitado otra vez teorías conspiratorias que le dan buenos resultados entre sus bases planteando una supuesta trama de su predecesor contra él, en la que implica a Biden, que ha bautizado como Obamagate.

Pero los dos candidatos afrontan también una pérdida de interés de los estadounidenses por las elecciones, según un sondeo de Gallup. La encuesta señala que la atención a la campaña ha caído ocho puntos y los indicadores del entusiasmo sobre votar han bajado seis puntos entre republicanos y siete entre demócratas. Cómo se votará en noviembre es otra de las incógnitas. Sobre el voto por correo se libra ya una intensa guerra en el Congreso, en los estados, que son los que regulan las votaciones, y también en los tribunales.

El primer gran paquete de estímulo para esta crisis incluyó 400 millones de dólares para ayudar a los estados a preparar las elecciones, pero las propuestas de los demócratas de incrementar con 2.000 millones más la partida no tienen ahora respaldo republicano. El presidente Trump se opone a que se generalice el voto que no es en persona. La guerra del presidente con el servicio postal de EEUU, su reticencia a financiarlo y los esfuerzos para imponer cambios en su estructura financiera son difíciles de desvincular de un intento de dañar las opciones de expandir el voto por correo.