Hadiya está sentada con su familia y amigos en el césped del paseo marítimo de la turística ciudad de Bodrum, en la costa occidental de Turquía. A pocos metros, varios barcos ofrecen sus servicios a los veraneantes, pero el que necesita este grupo de 14 kurdos de Siria no hay capitán que se lo vaya a garantizar: navegar cuatro kilómetros, solo de ida, hasta la isla griega de Kos, ya en Europa. "Queremos ir ahí", dice Hadiya, señalando con un gesto de la cabeza al fondo de la bahía, donde asoma la silueta de la isla.

"Huimos de Kobani después del último ataque del Estado Islámico, que entraron camuflados con uniformes de las Unidades de Protección Popular (kurdas). No tienen piedad. ¿Ves esa niña?", comenta la joven, señalando a uno de los críos que componen la expedición. "Mataron a su padre".

Ahora, tras tres semanas de camino y sin documentos válidos para el viaje hacia el norte de Europa, no tienen más remedio que ponerse en manos de un traficante que, por 1.000 euros por cabeza, los montará en una barca hinchable, les dará dos remos y les indicará hacia donde dirigir sus esfuerzos en medio de la noche: hacia Kos.

Hay hasta grupos en Facebook en los que se ofrecen estos servicios. Alejándose de las principales rutas turísticas de la ciudad, las tiendas muestran claramente que uno de los productos con más venta en la ciudad son los chalecos salvavidas. Una visita nocturna a la estación de autobuses basta para comprobar la ingente cifra de inmigrantes que cada día llegan a Bodrum.

Omar y Adel, sirios de 18 y 22 años, también aguardan junto a otros compañeros a que llegue su turno para marcharse a Grecia. "Estamos esperando a que nos llame el agente para decirnos si cruzaremos hoy, mañana o cuando sea", comenta Omar. El agente es el traficante. "A través de amigos, te pones en contacto con uno, y quedan contigo. Quieren verte, asegurarse de que no eres un policía, y negociar el precio", continúa. Debe de ser un precio de dominio público pues, en la conversación, irrumpe un turco borracho que perjura que si cada uno de los presentes le da mil euros, les coloca en suelo griego esa misma noche.

Con estudios

Adel y Omar no son pobres. No piden dinero porque no lo necesitan. Tienen estudios, hablan idiomas, poseen teléfonos inteligentes, fuman tabaco de marca, visten bien y van aseados. Solo quieren que su vida siga adelante sin oír bombas de fondo. Sin embargo, de momento, pueden hacer poco más que matar las horas a la sombra.

Un poco más allá charla un grupo de paquistaníes, entre ellos Sahel, de 24 años. "Pasé más de 20 horas caminando en montañas que parecían casi verticales", relata. Ahora, su plan es trabajar en Bodrum y ganar dinero para cruzar a Europa. "Sabemos que en Grecia la situación de los refugiados no es muy buena", argumenta la siria Hadiya. Ella quiere ir a Alemania, pero no descarta otras opciones. "Y en España --se interesa-- ¿qué tal tratan a los refugiados?".