Estados Unidos trata de exportar la democracia --bueno, quizá solo el voto-- a Afganistán, Irak y otras zonas conflictivas del mundo. Es un esfuerzo encomiable en el que a veces le acompañan algunos países europeos: Reino Unido y Francia sobre todo. Para imponer la democracia a unos bárbaros que la rechazan es necesario enviar tropas bien pertrechadas con el fin de proteger a la población civil de los talibanes, los yihadistas y demás turbamulta radical. Es cierto que en tan encomiable misión se producen daños colaterales, que es como llamamos a los civiles que matamos. En esta guerra es esencial el correcto uso de las palabras. Si, por ejemplo, dices que luchas contra el terrorismo tienes ganada la batalla de la opinión pública.

El problema de verdad llega cuando lo que falla ocurre en tu propia democracia, como es el caso de Ferguson, Misuri; cuando las desigualdades económicas, la marginación social, la falta de oportunidades, el racismo y la brutalidad policial llenan los titulares. Ya no hablamos de salvajes analfabetos en la otra punta del planeta, sino de policías que son parte del sistema democrático, sus garantes.

Ferguson es mucho más que la muerte a tiros (seis, dos en la cabeza) del joven negro Michael Brown a manos de un agente blanco. La segregación racial existe pese a ser ilegal en EEUU. A nadie se le ocurre decir que los negros no pueden orinar en el mismo lugar que los blancos, o que deben sentarse en la trasera del autobús como pasaba antes de ayer. Pero existe una pobreza real, una exclusión y abandono, que genera esas situaciones; también la violencia en los barrios que tan bien canta Sixto Díaz Rodríguez en el caso de Detroit, otro hundimiento.

Los olvidados

Hay millones de personas en nuestros países sin derecho a esperanza. Por su estación de miseria no pasa ningún tren. Son los olvidados. Nadie se acuerda de rescatarles, hasta que estallan.

No basta la presencia en la Casa Blanca de un presidente afroamericano aunque es muy importante para que se extienda la idea de que es posible, que el trabajo duro y la honradez, el coraje y la perseverancia producen resultados. La imagen de un presidente negro, aunque no lo sea del todo, es una herramienta muy poderosa para impulsar un cambio profundo, sostenible.

Es posible que ese click mental se esté produciendo en cientos de miles de niños negros, hispanos, asiáticos, pero aún no lo vemos, tan pendientes como estamos de la última hora, de los titulares. Los cambios de calado requieren generaciones.

Obama ha tenido que respetar las leyes, la autonomía de las autoridades locales y la federalidad de EEUU, pero cuando le ha tocado salir a escena lo ha hecho desde el prestigio que le da su piel y su biografía. Hay más Fergusons que aún no han estallado. Los mejores líderes se adelantan a los problemas. Pero de ese tipo de dirigentes andamos escasos.

Desajuste

Hay imágenes perturbadoras que demuestran la magnitud del desajuste. Ver a un policía blanco apuntar con su arma a unos manifestantes afroamericanos y amenazar con disparar resulta demoledor. ¿Es este el modelo de libertades que tratamos de exportar a Oriente Próximo y Asia Central? Ha despertado muchas críticas la uniformidad de la policía antidisturbios y de la guardia nacional con sus armas de matar y sus aparatos de visión nocturna. ¿Está Ferguson al norte de Kabul o al este de Mosul? ¿Es necesaria toda esa parafernalia tipo Darth Vader para luchar contra ciudadanos estadounidense desarmados que reclaman justicia, que piden una policía eficaz capaz de protegerles de los malos y no que los agredan, aporreen y disparen? Preocupa la (in)cultura policial en EEUU, patente en ciudades como Nueva York y Los Angeles.Si son capaces de disparar contra sus ciudadanos qué no harán en Afganistán e Irak sin la presencia de las televisiones.

Es esa brutalidad armada y el desconocimiento cultural de las sociedad que van a salvar lo que ha provocado el fracaso en Afganistán, el desmembramiento de Irak, la destrucción de Siria y la aparición del Estado Islámico.

Siempre hay excesos, pero es imprescindible que se acabe con la impunidad de los psicópatas de uniforme, como debe terminar la de los corruptos. La solución dada al conflicto de Ferguson ha sido política: un jefe de policía negro llegado de fuera, un fiscal general, Eric Holder en el terreno, un presidente con mano izquierda en sus palabras, crítico con los excesos policiales y de los manifestantes violentos.

Es más poderosa el arma del sentido común que mil agentes caídos de la guerra de las galaxias que disparan e insultan.