Nada, al parecer, va a evitar que Estados Unidos tome la senda de la austeridad, al menos de momento.

No se vislumbra ningún acuerdo político entre demócratas y republicanos que evite que mañana entren en vigor recortes automáticos de 65.000 millones de euros en el gasto en Defensa y otros programas para los que el Congreso provee fondos anualmente. Y aunque Barack Obama ha intensificado la alerta sobre el efecto devastador de los recortes en la recuperación y oficialmente aún espera un pacto, su convocatoria en la Casa Blanca mañana de los líderes del Congreso apunta a un cambio de estrategia: dejar que el goteo de malas noticias de tijeretazos de efecto más paulatino que inmediato aumente la presión.

Se trata de un duelo que lleva años gestándose. De hecho, los recortes se propusieron en 2011 durante las negociaciones para elevar el techo de la deuda. Se pensó que su potencial impacto negativo creaba un escenario suficientemente aterrador como para propiciar un acuerdo sobre ingresos y gastos que evitara el tijeretazo. Pero en un país ultrapolarizado políticamente, donde los republicanos se resisten a cualquier subida de impuestos y han hecho de la reducción de déficit absoluta prioridad, el miedo no funciona como aliciente. Ni siquiera cuando en juego está el gasto en Defensa, hasta ahora intocable para ellos.

ACUSACIONES Los republicanos, de hecho, acusan a Obama de haber "jugado" con los estadounidenses y alimentar la ansiedad exagerando el impacto de los recortes. "El gasto es el problema y los recortes de gasto son la solución", decía el martes John Boehner, presidente de la Cámara Baja, indicando que, pese a compartir la idea de que hace falta una alternativa, no piensa dar su brazo a torcer. Y eso que los recortes prácticamente no afectan a programas como la seguridad social y la asistencia médica pública, que son principales responsables del déficit y los que más quieren remodelar.

Por ahora Obama sigue contando con ventaja entre la opinión pública sobre su forma de enfocar el recorte del déficit, y aunque el 52% de los ciudadanos desaprueba su gestión en este tema según un sondeo de The Washington Post , el porcentaje sube al 67% en el caso de suspenso a los republicanos.

Más allá del tira y afloja político, el país se prepara para unos recortes que se van a dejar notar. La Oficina Presupuestaria del Congreso calcula que se reducirá el crecimiento desde el 2% previsto hasta el 1,4% y se destruirán 750.000 empleos. Y el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, dice que "podrían ralentizar significativamente la recuperación económica".

Lo que hace diferente este duelo a otras batallas fiscales que Obama y los republicanos han librado y donde sí ha habido negociaciones in extremis es que muchos de los efectos de esos recortes del llamado "secuestro" no son inmediatos (como sí lo era el riesgo de quedarse sin dinero para que el gobierno siguiera operativo). Su dilación, sin embargo, no les resta seriedad.

Cerca de la mitad de los 65.000 millones que deberían recortarse en este año fiscal que empezó en octubre (y que en la próxima década deberían alcanzar los 900.000 millones) proviene de Defensa. La otra mitad incluye subvenciones federales a gobiernos estatales y locales, que tendrán que recortar en campos como educación, investigación, inspecciones de sanidad en productos alimenticios, productos alimenticios o agencias de fuerzas de seguridad, como las que controlan la frontera. Los más afectados, alertan los expertos, serán los ya más débiles, como familias de bajos ingresos o los parados de larga duración.