Hasta los espacios cómicos nocturnos como el programa de Jay Leno han llegado los dardos. "Tres guerras ya --ironizó el miércoles el cómico de la NBC--. ¿Se imaginan en cuántas estaríamos si el presidente Obama no hubiera ganado el premio Nobel de la Paz?".

La anécdota es solo una muestra más de la incómoda posición en que se halla el presidente estadounidense tras aprobar una intervención militar en Libia, la primera que, a diferencia de los conflictos que heredó en Irak y Afganistán, ha adoptado personalmente desde que ocupa el Despacho Oval.

Todo su equipo se esfuerza por evitar el término "guerra" y en su Administración se buscan perífrasis como "acción militar limitada en tiempo y alcance" o "acción militar cinética". Se insiste en el factor de que es una operación internacional. Y el propio Obama durante la última semana ha intentado restar peso a la participación estadounidense con sus acciones, declaraciones y también silencios (aunque ayer su portavoz, Jay Carney, anunció que "en un futuro muy cercano" el presidente se dirigirá a la nación).

Solo ayer, dos días después de regresar de un viaje a Brasil, Chile y El Salvador (una salida al extranjero inédita para un presidente que acaba de decidir una intervención militar), Obama mantuvo una conferencia telefónica con líderes republicanos y demócratas en el Congreso para darles la última información sobre la operación, un intento de frenar la avalancha de críticas que ha encabezado el líder de la oposición, John Boehner, pero en la que también ha habido denuncias de su partido.

Aunque en el caso de los republicanos hay un claro objetivo electoralista con la vista ya en las presidenciales del 2012, sus interrogantes coinciden con los de algunos demócratas y expertos, que apuntan a que Obama se ha mostrado indeciso y confuso a la hora de iniciar la misión, definirla, esclarecer si además de la protección de civiles la salida de Gadafi es requisito para su triunfo.

Encuesta

Son dudas que también mantienen los ciudadanos: en una encuesta de Reuters, en que un 60% apoyaba la intervención, solo el 17% creía que Obama es un comandante en jefe decidido.

Inicialmente el presidente se resistió a la intervención en Libia y contó con la alianza de los jefes y analistas militares y los estrategas, que veían innecesario y peligroso involucrarse en un país que no es de importancia estratégica vital para Washington y cuya crisis no representa en principio una amenaza para la seguridad nacional de EEUU.

Sin embargo, Obama escuchó también las alertas sobre la incipiente crisis humana, sobre todo de tres mujeres: la secretaria de Estado, Hillary Clinton; la embajadora ante las Naciones Unidas, Susan Rice; y una de las integrantes del Consejo de Seguridad Nacional, Samantha Power. Las tres vivieron de cerca lo sucedido en Ruanda y los lamentos de Bill Clinton por su lenta reacción ante el genocidio y han sido claves para convencer a Obama de la necesidad de actuar.

El presidente ha convertido a la secretaria de Estado en su rostro público en la batalla. A ella le encargó anunciar el traspaso de la administración de la zona de exclusión a la OTAN. Y Clinton y el secretario de Defensa, Robert Gates, comparecerán la semana que viene en el Congreso.