Muchos han sido entrenados para matar, pero otros son simplemente cabezas de turco. Unos estallan a llorar y otros ríen de nerviosismo ante la multitud de fotógrafos que se agolpan para sacar el mejor ángulo de los supuestamente fieles al dictador. Son los que habrían defendido al dictador durante sus años de autocracia y durante su combate contra los rebeldes libios desde que estalló la revolución.

Son las dos de la tarde y subido en un convoy organizado por el Ejército de la Revolución, este periódico alcanza el campo militar bautizado como Base 17 de febrero. Sus puertas se abren para poner nombres y apellidos a los tan odiados y supuestos mercenarios que a sueldo del tirano han intentado sofocar las revueltas en Bengasi. Aparecen los últimos prisioneros capturados desde que comenzó la operación internacional Odisea al amanecer.

De todos, solo una cara representa el éxito de la insurrección libia en la capital liberada: Omar Sudani, fiel a la corte de Gadafi, amigo personal del puño de hierro y jefe de espionaje "hasta los años 90", reconoce el detenido. Los rebeldes aseguran que su estrecha relación con Gadafi seguía vigente hasta hace cinco días cuando fue arrestado en el hospital Al Jawari, donde trabajaba como doctor. Le acusan, además, del asesinato de la agente policial británica Ivonne Flecher, muerta por disparos desde el interior de la embajada libia en Londres en 1984.

Omar pertenece al grupo de los capturados que planifican ataques y atentados contra el pueblo libio. En sus manos son visibles las marcas de las esposas, pero los rebeldes exhiben a los presos sin ellas y, aprovechando el foco de la prensa, les llevan platos de comida calientes y les hacen hablar del correcto trato que han recibido durante la detención.

Fuera del guión

De repente, una voz de Gambia se sale del guión, levantando la ira de los rebeldes. "¡Entraron en mi casa, violaron a mi mujer y me torturaron!", grita llorando Alfursaney Kambi, de 52 años, que desde hace una década vive en Bengasi. En su casa guardaba armas de fuego y le acusan de pertenecer a los cascos amarillos, creados y financiados por el tirano para su propia protección. Se estima que este ejército irregular está formado por 6.000 soldados de élite extranjeros procedentes del Africa subsahariana, aunque también se han encontrado evidencias de mercenarios árabes que han llegado de Túnez, Argelia, Sudán o Siria.

Dentro de una segunda base que han llamado La policía del Ejército, los rebeldes encierran a unos 40 presuntos mercenarios para los que apenas existen condiciones de higiene. El estado es de hacinamiento y de precariedad. Sobre todos, especialmente sobre los de piel negra, se vierte la misma acusación, la de ser sicarios del dictador. Pese a que no lo quieren reconocer, los bengasíes necesitan un cabeza de turco.

En la jornada de ayer, un número indeterminado de personas murieron en las ciudades de Ajdabiya, Misrata y Zauiya, donde las tropas de Gadafi se han empleado a fondo con el objetivo de siempre: reconquistar terreno y aniquilar al adversario civil. En Misrata tuvo lugar, al parecer, la batalla más fiera y se informó de la muerte de 16 personas a manos de los progubernamentales.