Durante más de dos siglos, las relaciones entre las dos primeras repúblicas libres de lo que se llamaba el Nuevo Mundo, EEUU y Haití, han sido tensas, incongruentes, rasposas. Pero hoy, en esta pequeña nación que implora al mundo con sus muertos, sus heridos, sus mutilados, sus desplazados, sus desempleados y sus hambrientos, el todopoderoso vecino del norte no es el adversario, o al menos está empeñado en no serlo. El enemigo es la muerte. Y a muchos habitantes de Puerto Príncipe, esta vez no les importa que Washington se meta en sus asuntos.

En las calles donde tanto cuesta que llegue la ayuda humanitaria, la comida y el agua potable, nadie mira a las nacionalidades de las provisiones y las pancartas que algunos han empezado a escribir y tender frente a esas deprimentes viviendas improvisadas en el suelo se escriben no en francés o en creole, sino en inglés. Pueden tener errores gramaticales, pero su mensaje es simple: "we want foods" (queremos comida).

La presencia estadounidense se ha dejado notar desde el primer día tras el terremoto, y no sin crear tensiones con otras naciones y organizaciones que también intentan ayudar. El control estadounidense del aeropuerto, por ejemplo, ha dado prioridad a sus aviones, forzando retrasos de aeronaves y envíos de otras naciones. Las naves del norte llegan preparadas y con prioridades: seguridad y después ayuda.

PATRULLAS URGENTES Está previsto que al contingente de EEUU se sumen de forma inmediata efectivos que elevarán el despliegue hasta superar los 9.000 soldados, igualando el contingente internacional que formaba la fuerza de la MINUSTAH. En pequeños corrillos de funcionarios y diplomáticos cuentan que una tercera parte de ese despliegue estará pronto lista para salir a las calles a patrullar para asegurar una ciudad donde el pillaje de supervivencia convive con los saqueos violentos y la pura y brutal criminalidad.

Las tropas estadounidenses tardarán unos días en desplegarse en las calles, militarizar la ciudad y quizá, solo quizá, tratar de imponer algún tipo de toque de queda, una idea surrealista si se intenta aplicar a decenas de miles de personas, centenares, que no tienen una casa en la que encerrarse para seguir órdenes.

19 HELICOPTEROS El cielo, en cambio, ya no espera, y ya empieza a estar poblado por los helicópteros estadounidenses. Son, por ahora, 19 naves, llegadas en un portaviones y parte de la 82 División Aerotransportada. Sobrevuelan una ciudad que, según los primeros estudios de instituciones universitarias, ha visto colapsar el 20% de sus estructuras, una cifra que se queda corta ante un ojo quizá menos especializado pero capaz de observar, a ras de suelo, a flor de piel, infinitamente más cerca que los satélites.

Los helicópteros se han centrado por ahora en la distribución de MRE, (Meals ready-to-eat, comidas listas para comer) las mismas raciones con las que se alimentan los soldados estadounidenses. Y son capaces de saciar la ansiedad de miles de haitianos hambrientos, pero aún tienen que depurar cuál es la mejor forma de hacer las entregas.

COMIDA DESDE EL AIRE El sábado, uno intentó aterrizar en uno de los campamentos de desplazados, pero ante los temores por la seguridad se decidió a quedarse a unos metros del suelo y tirar las cajas con 160.000 raciones desde el aire. "Hubo algunos daños", explicó ayer el oficial Wilson "pero ¿no es mejor alguna lesión o una caseta destrozada que morir de hambre?"

Hay preguntas más crudas que esas que a veces, entre los encargados de la ayuda, se plantean. La siguiente la ponía sobre la mesa el sábado por la noche un funcionario europeo en una conversación informal. Los dos primeros días no pudieron entrar al aeropuerto muchos aviones con ayuda porque estaban entrando otros con personal de rescate. "¿A cuánta gente se ha rescatado? ¿Cuánta gente se hubiera alimentado si hubieran entrado esos aviones? ¿Cuántos heridos habrían recibido atención médica?".