Las transformaciones llegan a todos los ámbitos, incluso al del folclore. Sin embargo, todavía quedan reductos de tradición para recordar lo inamobible de algunas costumbres. En el caso de la Feria de Córdoba, varias casetas que tuvieron su espacio en los 70, en el Paseo de la Victoria, conservan este recuerdo intacto en El Arenal.
Así sucede con El Círculo de la Amistad. Su armazón, sede del Mercado Victoria, nada tiene que ver con su recinto actual, aunque este conserve la solera de sus fundadores. La peña Las Matildes, fundada en el 76 por empleados de la Telefónica y cuyo nombre hace referencia a un anuncio de esta marca con José Luis López Vázquez como protagonista, se mudó al arenal en el año 94 y mantuvo en su cocina a las mujeres socias de la peña hasta el 2003, cuando contrataron a una empresa externa. Sin embargo, «el recuerdo y la esencia de los socios sigue intacta», asegura el tesorero y primer presidente de esta Peña, Juan Pablo Serrano. Algo similar sucede en la caseta Fosforito, con un recinto de mil metros cuadrados compartidos con la de las juventudes del PP en El Arenal, pero con un «ambiente cercano y familiar que mantenemos desde que estábamos en La Victoria en los 80» asegura el presidente José Gregorio.
En lo que respecta a los conocidos como cacharritos, hay algunos tan veteranos como la historia de las generaciones que los llevan. Así lo ha vivido José Manuel Pérez Somé, quien pasó su infancia jugando en la taquilla de El Tren de la Bruja ayudando a su padre, también hijo de feriantes, a contar las fichas de los pasajeros.
«Luego heredé el negocio y recuerdo que antes el trenecito iba con motor y gasolina. Yo lo conducía», rememora mientras pone en marcha la atracción por control remoto. Algo similar ocurre en el caso de Mayte Rodríguez, dueña de Patitos Mayte, «el primer puesto tras la portada», comenta orgullosa.
Hija de feriantes, Mayte ya ayudaba a los pequeños «con la pesquita» en La Victoria y ahora recibe «muy ilusionada» a los hijos de quienes han venido durante años a su puesto. «El atractivo de este juego es que siempre hay premio y los niños son los protagonistas», añade. Desde El Látigo, una de los Murillo, los dueños, enseña una foto de la atracción pertenecienta al año 67. Sigue casi igual, con su estética retro. Lo mismo que el Barco Vikingo. Experiencias indispensables que contribuyen a crear el imaginario de la Feria.