Reconforta escuchar a los dirigentes de la izquierda aberzale asegurar que su decisión de desmarcarse de la violencia y ajustarse a las reglas de la democracia "no tiene vuelta atrás", pese a que su nueva marca, Sortu, ha sido ilegalizada por el Tribunal Supremo. Esa reafirmación en sus actuales posiciones refuerza a quienes desde otros partidos, incluso desde las filas socialistas, han defendido la sinceridad y la irreversibilidad de sus planteamientos. Y es además grata porque, de momento, desmiente a los que pensaban que la ilegalización volvería a echar al monte a la antigua Batasuna.

La ratificación en su voluntad democrática es, además, un paso que reclamaban el Gobierno y el PSOE, que se han mostrado cautelosos con los aberzales, entre otras razones porque saben que lejos del País Vasco va a ser difícil explicar a los ciudadanos la legalización de Sortu, que tarde o temprano acabará por producirse.

De hecho, las bases jurídicas para la ilegalización de Sortu no deben de estar tan claras cuando siete de los 16 jueces de la Sala Especial del Artículo 61 del Tribunal Supremo han votado en contra. Un nueve a siete no se había dado nunca.

Esa división del Tribunal Supremo es la misma que existe entre los juristas de prestigio, algunos de los cuales creen que Sortu es solo una treta de Batasuna --y de ETA--, mientras otros explican que sus estatutos se ajustan a la ley y no hay base para la ilegalización. Un debate idéntico al que se da entre los políticos.

Ese nueve a siete avala las tesis de quienes piensan que el Tribunal Constitucional decidirá la legalización, aunque no se sabe si a tiempo para que concurra a las elecciones del 22 de mayo. Porque ya en la sentencia que dio vía libre a Iniciativa Internacionalista, el Constitucional le dijo al Supremo que la ilegalización debe hacerse sobre la base de hechos y datos acreditados "y nunca a partir de sospechas y convicciones", por razonables que puedan ser en términos políticos.

En esta ocasión son las sospechas, incluso los prejuicios, los que han guiado el debate político, trufado de una desconfianza que sin duda se ha ganado a pulso y durante años la izquierda aberzale, y que bien está que despeje ahora.