Dice John Ruskin que educar a un niño no es hacerle aprender algo que no sabía, sino hacer de él alguien que no existía. Frase esta que hace años, en mis respectivas aulas, entonces, y en mi imparable magisterio, hoy, enarbolo como pancarta que me leo y releo y me repito ante la sola presencia de un niño.

Y es que, efectivamente, el ser conscientes de que a los alumnos hay que proporcionarles herramientas válidas que vayan más allá del puro aprendizaje de conceptos es de suma trascendencia para su vida. Siempre se ha dicho, y de tanto repetirlo, suena a tópico, que los niños aprenden más de lo que somos que de lo que le queremos enseñar, pero esto, que es pura realidad, hoy por hoy se eleva a tales niveles que el maestro, con su formación, escala de valores, con el total bagaje de lo que es, o de lo que debe ser, sin ser consciente de ello, es como el libro de texto por excelencia en el que cada día, cuando se enfrenta a sus muy preparadas y respectivas clases, los alumnos leen, estudian y aprenden. Y desde esa perspectiva adquiere, o no, significado todo lo demás, que puede pasar a mera rutina que nada tiene que ver con los intereses trascendentes para su vida.

Hace años que todos nos quejamos del poco rendimiento de los alumnos, así como de la indisciplina que campa por sus respetos en los centros y ante la cual los profesores sufren de impotencia. Ante tamaño caos, se buscan causas y remedios, pero educar hoy es todo un reto que pasa por una profunda reflexión ante la cual no podemos negar la evidencia del tremendo desfase que existe entre la realidad de lo que buscan, quieren, son, en definitiva los alumnos y lo que seguimos ofertando para su aprendizaje pero, ¿qué demandan los alumnos, hoy? Maestros que con preparación y dignidad profesional sean capaces de ir a la cabeza de cuanto precisan los seres humanos para existir como personas libres e independientes.

Ese, sin duda, será su mejor libro de texto.