La Delegación de Educación de Córdoba ha dado a conocer el volumen de solicitudes en la provincia para el segundo ciclo de Educación Infantil (3 años) de cara al próximo curso escolar. Y el número (5.874) está muy por debajo de las plazas ofertadas (8.875), quedando en un principio libres una tercera parte de las mismas. Con la amenaza de posibles cierres de líneas y unidades educativas como telón de fondo, las valoraciones de distintos agentes de la comunidad educativa sobre las posibles consecuencias y respuestas en forma de medidas políticas no se hicieron esperar. No es mi intención adentrarme con este artículo en el terreno prospectivo ni en el propositivo de la cuestión, sino más bien realizar algunas observaciones relativas al diagnóstico, teniendo en cuenta que un buen diagnóstico del problema resulta esencial para una adecuada planificación posterior.

A priori, la identificación de la principal causa de este déficit de solicitudes es evidente: el descenso de la natalidad. Un problema extendido en el conjunto del territorio español y que no es ni mucho menos reciente. Pero siendo así, sorprende la escasa presencia relativa que esta cuestión ha tenido en el debate educativo en nuestro país durante las últimas décadas. Si realizáramos un análisis de lo recogido por los medios de comunicación, comprobaríamos que son muchos los temas educativos que han sido objeto de discusión pública y que, sin embargo, los efectos de la baja natalidad han ocupado un espacio marginal. Especialmente, si tenemos en cuenta su gran impacto educativo. Un impacto que es especialmente preocupante en las zonas rurales, donde más afecta la despoblación y donde el cierre de centros es un golpe mucho más duro de lo que puede serlo en una ciudad. En mi opinión, por tanto, la cuestión de la baja natalidad debería estar en el foco del debate sobre el presente y el futuro de nuestro sistema educativo al igual que, por ejemplo, lo está desde hace tiempo en el debate sobre el futuro de nuestro sistema de pensiones.

Menos sorprendente me resulta el olvido en los análisis de un factor que ha contribuido al descenso de alumnado en los últimos años: la pérdida de población inmigrante. La natalidad lleva en caída en España desde mediados de los años 70. El único cambio de tendencia que, desde entonces, se observa en los datos es el que ocurrió desde finales de los años 90 hasta 2008, cuando, gracias a la población inmigrante, las tasas de fecundidad y natalidad aumentaron ligeramente. Esto contribuyó a que se parara la pérdida de alumnado, gracias también a la incorporación a las aulas de hijos de inmigrantes no nacidos en España. Es decir, la inmigración seguramente ayudó a que durante aproximadamente una década no se cerraran más líneas y centros de enseñanza, algo que se ha dado poco a conocer. Este fenómeno se desvaneció en parte con la crisis de 2008, cuando la entrada de población extranjera se frenó y parte de los que ya vivían aquí se marcharon a otros países. Sin embargo, los datos de los tres últimos años vuelven a registrar un crecimiento de la población inmigrante en nuestro país, y el saldo migratorio español (la diferencia entre la población que inmigra y la que emigra) vuelve a ser positivo. En consecuencia, habrá que tener en cuenta también los posibles efectos derivados de este nuevo cambio de tendencia.

Por último, un tercer elemento a considerar (en este caso, respecto a los datos más recientes, los del curso 21-22) es el relacionado con los posibles efectos de la pandemia, de carácter más coyuntural. En Educación Infantil, etapa no obligatoria, la pérdida de empleos y el empeoramiento de la situación económica de las familias, junto con el temor de algunas de ellas por el contagio de COVID en los centros de enseñanza, puede haber llevado a un número indeterminado a optar por no matricular a sus hijos el próximo curso. Habría que analizar bien los datos para conocer también qué peso puede estar teniendo la pandemia en este sentido.

En definitiva, antes de plantear medidas que puedan resultar precipitadas, se hace necesario llevar a cabo un análisis detallado, riguroso y transparente en el que se tengan en cuenta estas y otras muchas cuestiones sobre los efectos educativos de la baja natalidad. Es sobre este análisis sobre el que habría de fundamentarse una planificación estratégica real. Preferiblemente, una en la que haya también un debate abierto y en el que se tengan en cuenta la diversidad de realidades educativas, así como la perspectiva de los distintos agentes educativos y sociales. 

(*) Doctor en Sociología y profesor de la Universidad de Córdoba