Ayer, en Facebook, les describía a mis contactos cómo eran las microescuelas de los

años cincuenta en las que tuve que impartir clase durante bastantes años: tejados de uralita que en los inviernos goteaban hielo y en los veranos se convertían en auténticos hornos donde teníamos que intentar hacer algo en rigores que no se podían soportar en ninguna época del año. Ayer, más de sesenta años después, me contaba un maestro cómo la Junta de Andalucía les exige con dos grados o más bajo cero, desde las nueve de la mañana, que tengan las ventanas y puertas de las aulas abiertas como medio de ventilación contra el covid. Alumnos y maestros con manos y pies helados no pueden ni articular palabra. Sinceramente, no me lo podía creer. ¿Cómo es posible tamaño disparate? ¿Acaso hay algún edifico público donde se trabaje con todo abierto, sin calefacción y los funcionarios funcionando en esta ola de frío? No me explico cómo los padres pasan por eso con tal de quitarse de encima el problema de los niños y no me explico cómo los maestros no se niegan a dar clases en dichas condiciones. Es cierto que en aquellos años de la microescuelas nos teníamos que aguantar con todo por muchas razones de las que habría tanto que escribir... Hoy se supone que hay igualdad, libertad, buenos centros escolares, buen profesorado..., pero ¿quién podría trabajar en un palacio de hielo? No lo puedo ni imaginar y me siento fatal de que sigan siendo los maestros tan manejables como el barro: confinamiento para todos, pero no para los maestros. Conozco las razones pero los maestros como cualquier otro trabajador, es responsable de su trabajo y no lo pueden obligar a que se quede a vigilar la obra por el bien que sea. Los niños tienen unos primerísimos responsables de todo y esos son los padres. La educación hoy se puede definir como maestros y alumnos congelados que no morirán de covid pero sí de una pulmonía.