A cien días de la primera vuelta de las presidenciales, la pérdida de la triple A ha caído como una bomba en la precampaña francesa. Ade- más de las consecuencias económicas, la salida del restringido club de los países con la máxima calificación tiene un efecto simbólico y político de enorme amplitud. En primer lugar, para el presidente, Nicolas Sarkozy, quien había hecho de la conservación de la nota uno de los objetivos de su mandato. Apenas convaleciente en los sondeos --su popularidad empezaba a remontar a pesar de seguir por detrás del candidato socialista, François Hollande--, sufre un nuevo revés, tanto frente a sus rivales en la carrera por el Elíseo como en su capacidad de contrarrestar las tesis de Berlín en la negociación del plan de la Unión Europea para atajar la crisis de la deuda.

Empeñado en situar a Francia al nivel de Alemania, el presidente ha perdido un argumento de peso a la hora de tratar a su vecino de tú a tú. "No quiero ser el jefe del Club Med", confesó recientemente a sus diputados en alusión a los países del sur de Europa. La irritación de Sarkozy debe de ser mayúscula, pero públicamente opta por callar.

El encargado de responder a Hollande, que ayer no dudó en atribuir la degradación a un "fracaso de la política de Sarkozy, no de Francia", fue el primer ministro, François Fillon. "No serán las agencias quienes marquen nuestra política y nuestra agenda", aseguró. Se mostró ambiguo sobre la posibilidad de tener que aprobar nuevos ajustes. Las medidas tomadas hasta ahora "son suficientes", afirmó, pero añadió que "se harán reajustes si son necesarios". ELIANNE ROS