La música sigue sonando para el Córdoba CF en la pista de baile de la Segunda B. Todo puede suceder. El club, históricamente, sabe danzar sobre el alambre. Durante una gran parte del encuentro ante el Linares parecía que la ilusión se apagaba definitivamente, que el plan se emborronaba ya sin solución y que se avecinaba la hora de excusas y lamentos. No será así. Hay una semana más. Cuando todo el mundo se echaba las manos a la cabeza tras un 1-2 de Sanchidrián, el árbitro anuló la acción y, a la contra, Luismi firmó el 2-1. Lo celebraron como si fuera un título. Mantenerse con vida y opciones reales, sin duda lo es.

Después de toda la batería de mensajes a propósito del poder de las vísceras para resolver cuestiones futbolísticas, el Córdoba fue consecuente en su puesta en escena. Los jugadores corrieron, claro que sí; fueron con el ceño fruncido y metieron la pierna con determinación, incitando a su adversario -con más puntos en la clasificación y más seguridad en su fútbol- a dejarse llevar y pasar el trámite. Su entrenador ya dijo que venían a coger lo que pudieran, si es que podían o les dejaban, y a salir por las puertas de El Arcángel como líderes pasara lo que pasara.

Pero el caso es que hacer daño al Córdoba en El Arcángel, un escenario imponente en una categoría tirando a cochambrosa, es una tentación muy fuerte para quienes lo visitan. Es un lugar ideal para dejarse ver, para hacer cositas que luego le permitan a uno colocarse en el escaparate. El Linares juega bien al fútbol, tiene gente de oficio y no sufre la angustia que padece el Córdoba. Porque eso está ahí. La cercanía del fracaso, ese flirteo permanente con el desastre, la percepción de la desconfianza del entorno... No es sencillo.

El Córdoba ya pasó por todos los escalones del ritual de las crisis: cambió de entrenador, fichó en invierno y lanzó los clásicos últimatums. Ahí sigue. Tocando teclas. Ante el Linares lo arregló Luismi, un chico del filial que encendió la luz cuando todo estaba oscuro.