A Jeff Hall se lo encontró por casualidad Walter Taylor, un técnico del Birmingham City, cuando cumplía el servicio militar en 1950 y pasaba el tiempo libre jugando para el Royal Electrical and Mechanical Engineers. Nunca había pasado del fútbol modesto en el condado de Lincolnshire, donde crecía ayudando a su padre, dueño de un quiosco, repartiendo periódicos cada mañana con su bicicleta. Pero aquel encuentro casual le cambió por completo la vida. Al fútbol le faltaba mucho que evolucionar y en aquellos tiempos a la hora de reclutar jugadores se rastreaban los mercados alternativos. Cualquier equipo aficionado, de empresa, de barrio o del ejército, como era el caso, podía esconder un talento aprovechable. Y la palabra del ojeador iba a misa. Bastaba un telegrama o una llamada para que ese potencial fichaje superase buena parte del proceso de admisión de un equipo. Con Jeff Hall sucedió algo parecido.

Taylor había ido realmente con la idea de ver en acción a otro soldado, pero finalmente se quedó impresionado con aquel interior derecho, ligero y resistente, que había sido el mejor del partido. Pocos días después ya estaba firmando su primer contrato profesional con el Birmingham City que por entonces militaba en la Segunda División inglesa. El entrenador de entonces, Bob Brocklebank, decidió aprovechar sus condiciones como carrilero en el lateral de la defensa y la apuesta resultó ganadora desde el primer día. Hall se convirtió en una de las piezas esenciales del equipo que conseguiría unos años después el ascenso a la Primera División inglesa y que incluso rondaría la posibilidad de conseguir un título.

El día de la primera gorra

El Birmingham City fue el rival del Manchester City en la final de Copa de 1956 famosa por la grave lesión de Bert Trautman en el cuello (se fracturó una vértebra tras un choque con un delantero rival y aun así acabó el partido). El antiguo soldado alemán, que había acabado la Segunda Guerra Mundial en un campo de prisioneros y decidió quedarse en Inglaterra para ser uno de los porteros legendarios del fútbol británico, fue clave con sus paradas para que Jeff Hall y sus compañeros no festejasen aquella tarde en Wembley la que podría haber sido la victoria de sus vidas. Pero ese buen rendimiento en el Birmingham City también le abrió las puertas de la selección inglesa con la que disputó 17 partidos de forma consecutiva, aunque perdería el puesto antes de tener la ocasión de disputar el Mundial de Suecia de 1958.

Su primera “cap” (la gorra con la que se distingue en cada partido a los internacionales británicos) tras un amistoso con Dinamarca la entregó en su casa a su emocionado padre, a quien aún siendo internacional ayudaba en el reparto de periódicos, que nunca pudo imaginar que su hijo alcanzaría una meta tan grande. Su foto con la camiseta de la selección y la gorra puesta de aquel día aún luce ahora en el salón de la casa en la que se criaron los hermanos Hall.

Pero el 23 de marzo de 1959, solo dos días después de su último partido, todo se torció. Antes de enfrentarse al Portsmouth comentó a sus compañeros que se sentía resfriado y que le costaba tragar. Disputó el partido con aparente normalidad aunque en el vestuario comenzó a encontrarse realmente mal. Los médicos que le atendieron lo atribuyeron a una fuerte gripe y le enviaron a casa a que descansase. Al día siguiente se levantó y se fue a ver un partido que jugaba un equipo de niños al que entrenaba en sus ratos libres. Pero su empeoramiento repentino alertó a su esposa e hizo que fuese hospitalizado de inmediato donde le diagnosticaron que sufría la polio. Sus compañeros de vestuario fueron aislados de inmediato lo mismo que los jugadores del Portsmouth.

Sucesión de titulares

Desde ese momento los esfuerzos por controlar la enfermedad resultaron completamente inútiles. En poco más de una semana ya había perdido el habla y permaneció inmovilizado en la cama del hospital de la que ya no saldría. Los periódicos vivían con verdadera angustia la evolución de la enfermedad con la esperanza de contar algún día una mejoría. La sucesión de los titulares del principal periódico de Birmingham así lo explica: 26 de marzo: “Ha tenido un día mejor y su fortaleza se mantiene”. 27 de marzo: “Está dando una gran batalla y parece bastante alegre". 29 de marzo: “Ha tenido otra noche de descanso, pero su estado general es crítico”. 30 de marzo: ”La leve mejoría de su condición no se ha mantenido. Su temperatura ha aumentado nuevamente y su estado general es más débil”. 31 de marzo: “Ha tenido un día de descanso. Su condición no ha cambiado”. 1 de abril: “Ha tenido un día justo y mantiene su fuerza”.

Y a partir de ahí cesaron los partes. El 4 de abril, solo 13 días después de su ingreso, falleció. La noticia generó una conmoción pocas veces vista en Inglaterra. Un internacional inglés se había muerto a los 29 años, en su plenitud física, por culpa de una enfermedad que le había devorado en diez días. El reverendo que ofició su funeral dijo que el mayor servicio de Jeff Hall aún estaba por llegar y no se equivocaba. La vacuna de la polio era relativamente reciente y unas partidas en mal estado que habían generado importantes problemas en Estados Unidos le dieron una mala fama en parte de la población. La cuestión es que a finales de los años 50 apenas la mitad de los niños británicos eran vacunados contra la poliomielitis y entre la población de entre 16 y 28 años las cifras eran ridículas: de seis millones y medio de personas que podían hacerlo solo 13.000 se habían puesto las dos inyecciones con las dosis.

Llamamiento global

Pero todo cambió tras la muerte de Jeff Hall. Su viuda, Dawn, inició una campaña para concienciar a la gente de la necesidad de la vacuna y el trágico ejemplo del futbolista y el eco que generaron los medios de comunicación hizo el resto. En ese año 1959 comenzaron a multiplicarse las peticiones y las visitas a los hospitales que no eran capaces de responder a la demanda de la población. Hubo centros que cerraron sus puertas y desde Estados Unidos se comenzaron a importar grandes cantidades de dosis de la vacuna.

En Birmingham las empresas más grandes vacunaron a sus trabajadores e incluso en los clubes de baile se interrumpían las sesiones para que los jóvenes que allí estaban de fiesta recibiesen una inyección si lo deseaban. El ministro de Sanidad, Derek Walter-Smith, remitió una carta a todos los clubes de fútbol del país: “La muerte de Hall nos hace pensar de repente y con pena que la polio puede golpear incluso a los más sanos de entre nosotros. Aunque puede no ser fatal, te puede dejar incapacitado de por vida. Así, hago un llamamiento a todos los menores de 26 años, con firmeza y sinceridad, para que se aseguren de obtener su vacuna contra la polio. No se demoren. Háganlo pronto”.

Miles de dosis

La respuesta llegó a tal punto que las cifras hoy en día ponen los pelos de punta. “Una demanda sin precedentes”, había dicho un portavoz del Ministerio de Sanidad. En febrero de 1959 se habían suministrado 500.000 dosis de vacuna contra la polio en Reino Unido y en diciembre, ya eran 2,5 millones de dosis. Si en 1958 sólo el 5% de las personas de 20 años o más y el 3% de las personas de 30 años o más se habían vacunado, en 1961 los porcentajes eran del 63 y del 53%, respectivamente. En 1955 hubo 3.712 casos de poliomielitis en Inglaterra y Gales. En 1960 sólo hubo 257. En 1963, sólo 39.

Jeff Hall se había marchado, pero su legado había sido gigantesco. Hoy un reloj en Main Stand, en el estadio de St Andrew’s, le recuerda a diario. El día de su inauguración el presidente del club dijo de él que “hemos tenido hombres buenos, pero ninguno mejor que él”. El reloj aún generó cierta controversia porque los aficionados creía que el tamaño era indigno de la figura de Jeff Hall y reclamaron uno más grande, el que hoy da la hora en la casa de los 'blues'.