Tal y como se ha puesto el panorama en el grupo cuarto de la Segunda B, el Córdoba CF se tiene que hacer a la idea de ir desterrando tópicos y trabajar sobre realidades. Es cierto que se pueden hacer equilibrios con las matemáticas, retorcer los números y montar un guion creíble que logre mantener la tensión de protagonistas y público. Cualquier resultado adverso permite recomponer las cuentas para armar el relato. Pero será mejor alejarse de ese escenario.

Pase lo que pase en los dos próximos partidos -ambos se disputarán en El Arcángel-, nada será definitivo. Pero convendrán todos en que no hay mejor modo de homologar la condición de candidato al ascenso que agarrar seis puntos de una tacada y lanzar un mensaje: el Córdoba está aquí y tiene fuerza para hacer lo que se supone que debe hacer un club de su rango en una categoría como esta.

Las opciones de regresar al mapa profesional no están en las matemáticas -«mientras los números nos den vida», suelen decir los que están agonizantes- sino en la capacidad de competir en condiciones críticas, cuando no hay vuelta atrás, en esos momentos que, como decía el maestro Ramón Trecet, «separan a los hombres de los niños». A Agné se le escapa una sonrisilla reveladora cuando ve a su equipo comportarse como tal: hay que anteponer el pragmatismo a las licencias estéticas. Lo bueno es lo que sirve para sumar. Todo lo demás sobra.

Cuando hay que hablar es ahora. En el campo, obviamente. El Córdoba recibe este domingo a un Algeciras en descenso, que no ha ganado ningún partido lejos de El Mirador y es el más goleado de la división como forastero. No hay mucho más que explicar. El técnico del cuadro del Campo de Gibraltar, el carismático Salva Ballesta, se hartó de piropear al Córdoba. Ya forma parte del ritual del campeonato. En el horizonte está el Cartagena, un club cuya simple mención evoca a los cordobesistas el recuerdo de un episodio que salvó la vida a una entidad que ahora mantiene el pulso con la respiración asistida de una esperanza: salir de aquí cuanto antes.