«Me encanta ver a una Williams con otro trofeo, es algo maravilloso. Serena es una gran campeona, una gran persona y una hermana genial». Serena Williams no podía tener mejor madrina para su discurso de graduación como leyenda del tenis. Fue su hermana Venus quien tuvo las mejores palabras tras perder la final (6-4, 6-4) y reconocer lo que acababa de conseguir en la Rod Laver Arena: 23 Grand Slams, su séptimo Abierto de Australia y la recuperación del número 1 mundial a los 35 años. Un récord absoluto para la mejor tenista de la historia del tenis femenino profesional.

Venus Williams se ganó el honor de estar en la pista, no como invitada en el palco, sino como rival de su hermana, a los 37 años y en una segunda juventud tenística. Un duelo clásico que ambas han vivido y compartido desde que, un lejano día, su padre Richard Williams, las cogió de la mano y las llevó por primera vez a las pistas públicas del gueto negro de Compton (Los Ángeles), donde vivían, después de ver por televisión Roland Garros y estremecerse por el premio que se llevaban las campeonas, entonces Martina Navratilova y Chris Evert que, junto a Steffi Graf, y antes de Serena tenían el récord de Grand Slam ganados: 22 la alemana y 18 cada una de las estadounidenses, solo superadas por la australiana Margaret Court con 24, aunque ganados en otra época. Un récord que, por lo visto ayer, no tardará en ser superado definitivamente por Serena Williams.

Dos Michael Jordan

Desde ese día papá Williams le prometió a su mujer Oracene que tendría dos hijas campeonas y se sumergió en el oficio de entrenador con vídeos y libros de tenis. Pensaron que era un loco y dejaron de decirlo cuando Venus, con 10 años, ganaba a rivales que le doblaban la edad. Un entrenador le dijo que su hija mayor sería el «próximo Michael Jordan femenino» y él respondió «No, yo tengo a los dos próximos».

La profecía se cumplió. Venus dominó el circuito hasta que apareció en escena su hermana Serena. Juntas se repartieron títulos y éxitos hasta que la pequeña superó a la mayor. Una cuestión de fuerza. Nunca, que se sepa, mostraron celos por una rivalidad que en el 2003, cuando Serena ganó su primer Abierto de Australia, las enfrentaría ese año también en las finales de Roland Garros, Wimbledon y el Abierto de Estados Unidos, lo nunca visto antes. Se llegó a decir que amañaban sus duelos por orden de su padre. Lo cierto es que juntas se han repartido 30 Grand Slam desde que Serena ganó el primero (Abierto de EEUU en 1999) y Venus se añadió ganando Wimbledon al año siguiente.

Tragedias compartidas

No todo ha sido un sueño de hadas. Ninguna de las dos se ha escapado de tragedias que pudieron acabar con su carrera. En el 2011 a Venus se le detectó el síndrome de Sjorgen, una enfermedad que causa fatiga y dolor articular y la obligó a dejar de jugar temporalmente. Su retorno al máximo nivel ahora es el mejor premio. «Un regalo, y más recibirlo junto a mi hermana, mi mundo y mi vida», dijo feliz.

Es la primera en saber el sufrimiento que también tuvo que superar Serena cuando, en el 2010, se cortó los pies con un jarrón que se le rompió y, cuando empezaba a recuperarse, un año después, sufrió una embolia pulmonar que pudo costarle la vida. Y, las dos también, años antes en el 2003, cuando su hermana Yetunde, fue asesinada a tiros en Los Ángeles, en un fuego cruzado de bandas.

El tenis las unió y, seguramente, ha sido su salvación. Gracias a que un día su padre las llevó a aquellas pistas de Compton pudieron salir del gueto. El éxito y la gloria deportiva conseguido después se lo han ganado a pulso.