Mientras el Lucena dominaba y tocaba el balón ante un Cádiz impasible, el público del Carranza se debatía entre el pasotismo de los grupos de mujeres que hablaban de sus cosas y los leales seguidores, que están tan hartos de Antonio Muñoz que ya no saben qué van a poner en sus pancartas para que venda el club.

Los celestes y el medio centenar de aficionados lucentinos que estaban en la grada construían sus castillos en el aire, pensando en lo que podía suponer un triunfo en el Carranza. Y algunos niños, con su camiseta amarilla, se dedicaban a construir los castillos en la arena, con palas y cubos, jugando en la arena que se extendía por uno de los fondos del estadio gaditano.

Como el levante

En el barrio de La Laguna, donde las calles evocan a algunos de los pintores más grandes, cuando caía el sol sobre la Caleta el Lucena trazó su camino para el final de la temporada. Será tan plácido como el susurro del mar en calma y tan incontrolable como el viento de levante. Ese que vuelve locos a los gaditanos. El que nunca se sabe lo que puede deparar.