CRÍTICA DE MÚSICA CLÁSICA

Orquesta de Córdoba: 'Júbilo y juventud'

Éxito rotundo y ambiente festivo en la celebración del treinta aniversario de esta formación musical de la ciudad

La Orquesta de Córdoba celebra su 30 aniversario

A.J.González

Lleno absoluto en el Gran Teatro para celebrar los treinta años transcurridos desde aquel concierto fundacional de la Orquesta de Córdoba en octubre de 1992. Para la ocasión se ha seguido el guión de entonces: misma selección de obras, participación de un virtuoso cordobés del piano, en este caso el sorprendente Emin Kurkchyan, para el concierto Emperador de Beethoven, y de un rostro conocido del mundo de la interpretación, la actriz Eva Ugarte, para narrar la Guía britteniana que puso broche de oro a la noche.

La inicial Fanfarria para el hombre corriente de Copland sonó lenta y solemne, de potencia controlada, más isabelina que hollywoodiense, por lo que se estableció un curioso arco de relaciones estéticas entre la apertura y el cierre del concierto. En el Emperador fuimos atravesados por una corriente alegre y jovial. En contra de lo esperado, Domínguez-Nieto apostó por dar velocidad y transparencia a la obra, con un volumen comedido y evitando subrayar los aspectos marciales. Opción plausible que, para el firmante, otorga cohesión a una obra de grandes proporciones que puede tender a la descompensación si se dilata en demasía. La revelación del concierto fue un jovencísimo pianista cordobés, Emin Kurkchyan, que a sus 17 años se permitió pasar por el concierto beethoveniano como una exhalación. El joven prodigio impuso un ritmo extenuante, en connivencia con la batuta, en donde cada escala, cada trino, era convertido en una exhibición. Mejores los movimientos extremos por el despliegue de capacidades técnicas que el central, donde faltó el poso para el reposo, el canto y la redondez del sonido que, de seguro, llegará con la edad. La interminable catarata de aplausos fue agradecida por el joven pianista con un preludio Bach-Busoni medido y de enorme concentración.

La Zarabanda lejana de Joaquín Rodrigo funcionó a modo de interludio. Es una obra de gran suavidad, imbuida de esa atmósfera religiosa de lo menudo y lo cotidiano del autor que director y orquesta plasmaron con gran cuidado. Su melódica simplicidad contrastó con las complejas e inquietantes Alegrías de Gerhard, donde lo español de aires fallescos se distorsionaba mediante innumerables efectos orquestales que introducían negros presagios en un palo que se presume alegre. Si aquí la orquesta ya empezó a mostrar músculo y habilidad para sortear la rica y exigida orquestación, en la Guía de Orquesta para Jóvenes de Benjamin Britten que vino a continuación se desmelenó por completo con una interpretación segura y rutilante. Algunos "braiten" y "purcel" de Eva Ugarte no nos sustrajeron la dimensión festiva y, de nuevo, jovial lograda y que nos transportó al paroxismo en los acordes finales de la Fuga. Rosas para esos veteranos que estuvieron en ese mismo escenario, treinta años ha, y el cumpleaños feliz cantado por el público cerraron una velada convertida en algarabía. El borrón lo pusieron los inevitables maleducados de siempre que, como el dinosaurio de Monterroso, siguen ahí treinta años después para despertarnos en cualquier momento del trance de la música.

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