En primer lugar, disculpas por la redundancia. La película con que inaugura su filmografía el actor y, desde ahora, director cinematográfico Juan Diego Botto nos sitúa ahí, donde su título. Porque sus personajes están donde nadie los mira, donde con su pobreza económica se ven obligados a permanecer al margen. La tristeza inunda el relato escrito por el director y Olga Rodríguez, su pareja y periodista, cruzando varias tramas con un leitmotiv: el desahucio.
Cámara al hombro y optando por focales largas, se persigue a cada uno de estos seres y el espectador no tiene más remedio que embarcarse en este viaje hacia el horror del día siguiente. Son veinticuatro horas narradas a partir de tres casos donde la trágica situación nos sume en la desesperación del callejón sin salida que siempre es esa notificación que anuncia la inminente llegada de los cuerpos de seguridad para invitarte a abandonar el hogar que siempre fue. En todo caso, ahí está el abogado (encarnado en Luis Tosar) luchando por impedir que la sinrazón triunfe, ayudado por su “hijastro” (gran interpretación, de menos a más, de Christian Checa), en la búsqueda trepidante de una madre magrebí que perderá a su hija si no aparece antes de acabar el día, aunque será a costa de algo muy preciado para él: su familia.
Penélope Cruz y Botto conforman una pareja que asume de manera diferente la irremediable situación: excelente la secuencia conversacional que mantienen en todo un pulso interpretativo de primera. Adelfa Calvo, actriz que está soberbia en uno de los pasajes más emocionantes del filme, ese monólogo de despedida que filma para su hijo desde un móvil, deambula en silencio durante las últimas horas decisivas en que, tras intentos infructuosos de ponerse en contacto con quien fue avalado por ella con su inmueble y no pudo responder a la deuda, decide tomar la última decisión y comunicarla con cariño y amor, como todo lo que fue su vida para el hijo ausente.
En definitiva, película dura y necesaria. Me sumo al aplauso que el público otorgó al final.
