Diario Córdoba

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Entrevista

Guillermo Fesser: “Lo importante de las biografías son las emociones, no lo que se ha hecho o dejado de hacer”

El escritor y periodista publica 'Marcelo', la historia de un popular barman de Nueva York

Guillermo Fesser muestra su nueva novela, 'Marcelo', junto a la barra del Oyster Bar. CÓRDOBA

Hacer cócteles y servirlos se convierte en arte en las manos de Marcelo Hernández, el barman del Oyster Bar situado en la Grand Central Terminal, una de las estaciones ferroviarias más conocidas de Nueva York, al que el periodista y escritor Guillermo Fesser ha dedicado su última novela, Marcelo, una biografía en la que mandan las emociones. Además de la curiosa vida de este ecuatoriano que llegó siendo un niño a la ciudad de los rascacielos, en las páginas de esta obra se trasluce el deseo de contar la historia de la inmigración hispana en EEUU en busca de un futuro mejor, y cómo este sueño se ha visto representado en la figura de un popular barman, además de “dignificar el trabajo de estas personas que se están partiendo la espalda para que todos tengamos una vida mejor”. 

-¿Cómo conoció a Marcelo y qué le hizo pensar que podía ser el protagonista de uno de sus libros?

-Yo estaba escribiendo un libro que se llamaba A cien millas de Manhattan y estaba averiguando de dónde viene el vapor que en invierno sale de las alcantarillas en la ciudad de Nueva York, que me tenía muy intrigado, y mientras me lo estaba explicando un ingeniero me preguntó si había probado el sándwich de ostras fritas, algo que yo no conocía. Y me llevó a probarlo al mejor sitio, el Oyster Bar en la Grand Central Terminal, un edificio maravilloso. Es un lugar donde parece que el tiempo no transcurre, hay muchas barras y una de ellas es la de Marcelo, que ha estado 55 años al frente. Allí pedimos el bocadillo y él me cayó simpático. No sabía de dónde era porque hablamos en inglés, pero luego volví de vez en cuando e hicimos amistad. Lo que me hizo pensar en su historia fue el decorado, todas las anécdotas que le han pasado, el hecho de ser un hispano emigrante, aunque lo verdaderamente atractivo para mí era el propio personaje porque la primera vez que le pedí una cerveza me dio la impresión de que Marcelo me llevaba esperando a mí toda la vida y eso, que le hace sentir a todo el que entra en esa barra, es lo que le hace único y por lo que merece este libro.      

Y cuando se dio cuenta de que tenía una vida de novela le propuso contarla. ¿Le costó convencerle?

Muchos meses, no me creía. Después me confesó que en el bar hay gente que le promete de todo, que había muchas señoritas que le habían prometido matrimonio o millonarios que le dijeron que le dejarían probar sus descapotables. No me conocía de nada y no me hacía ni caso, a pesar de mi insistencia, hasta que un día fue a conocerlo Sara, mi mujer, y ella le habló más de mí, le llevó el libro de Cándida y a así parece que empezó a creerme.

¿Ha querido contar a través de Marcelo la historia de la inmigración hispana en Nueva York?

-La novela no va de eso, pero mi intención sí ha sido hacer un homenaje personal, modesto y pequeñito a los hispanos, que son el motor de la ciudad y el de todo Estados Unidos. Es una contradicción porque a todos lo que conozco en este país les encantaría que su hija supiera español, pero muy pocos querrían que esa misma hija se enamorara de un hispano y se casara con él porque se consideran de una cultura de serie b. Creo que es importante dignificar el trabajo de estas personas que se están partiendo la espalda para que todos tengamos una vida mejor, reconocerlos y no asociarlos a esa imagen de personas agresivas que viene a quitarte el trabajo. Por otro lado, hay que pensar que son gente que viene de una cultura muy rica, que ha hecho autopistas, catedrales y universidades en EEUU, donde lleva desde el principio. Recordar esto a la gente hace que se entiendan las raíces hispanas del país y que se disfruten.    

¿Qué atrae de la barra de Marcelo para que acudan incluso presidentes del Gobierno?

-Es un sitio mágico, arquitectónicamente es impresionante, y parece anclado en el siglo pasado, con esa elegancia que se ve en las películas. Es lugar obligado de los que trabajan en Wall Street, que al terminar van a tomarse un cóctel de Marcelo, y también de los actores Broadway antes de empezar el espectáculo o los trabajadores de los periódicos como el Daily Mirror o el New York Times, además de muchos famosos.  

Supongo que habrá escuchado hasta secretos de Estado.

-Sí, pero ni él me los quería contar ni cuando lo ha hecho me ha interesado, porque yo no quería que la novela se centrara en las cosas que han pasado ahí, sino en la importancia de que en el mundo haya gente como Marcelo. Hemos quitado casi todas las anécdotas. Pero, por ejemplo, en la Cumbre de Naciones Unidas de Nueva York en septiembre hubo días que en que había hasta ocho jefes de Estado comiendo en el Oyster Bar rodeados de servicio secreto y la policía. Uno de esos días, un camarero se puso nervioso con la presión y se le cayeron dos platos que, bajo esas grandes bóvedas, sonaron como si hubiera explotado una bomba. De repente, todos los servicios secretos sacaron sus armas hasta que se dieron cuenta de lo que había pasado.  

En el libro incide en la diferencia entre barman y camarero. ¿Cuál es?

Yo, al principio, no distinguía la diferencia, pero cuando le pasé a Marcelo el borrador del libro él me dijo que no le llamara camarero, sino barman. Me explicó que un camarero no tiene relación con el cliente, pero a un barman le cuentas de todo, te dejas aconsejar, es más un confidente y confesor. De hecho, muchos clientes le avisan si no van a ir la semana siguiente para que no se preocupe.

Cándida ha sido otro de sus curiosos personajes literarios. ¿Es casualidad que se encuentre con estas personas mágicas o es cuestión de saber mirarlas?

-Están en todos lados, yo creo que si coges la bola del mundo, le das vuelta, tiras un dardo y miras donde ha pinchado, te aseguro que encuentras una biografía tan apasionante como la de Marcelo. Todos tenemos  una historia que contar, y lo importante de las biografías son las emociones, no lo que se ha hecho o dejado de hacer.

Guillermo Fesser y Marcelo Hernández, inspirador de la novela. CÓRDOBA

¿Prefiere contar historias reales en vez de inventarlas?

Prefiero mezclarlas. Más que traducir lo que ha escrito la persona hay que traducir la intención que tenía al escribirlo. A mí Marcelo me produce una sensación y es que cuando le pido un cóctel me está haciendo el mejor de su vida y que yo soy la persona más importante del universo. Esto es lo que quiero trasladar al lector y si para eso tengo que inventarme algo, me lo invento.,   

¿Qué ha aprendido de Nueva York que no supiera gracias a Marcelo?

-He aprendido muchas cosas. Nos hemos divertido mucho comparando las reacciones de los estadounidenses. Él comparte conmigo la idea de que los americanos se van siempre sin despedirse de las fiestas, mientras que los hispanos nos despedimos cinco veces y no nos vamos nunca. También es curioso el tema del dinero, porque a un hispano no le importa perder dinero, lo que molesta mucho es quedar mal. Sin embargo, a un americano anglo le importa un pepino quedar mal, lo que no quiere es perder ni un céntimo. Pero lo que más me ha enseñado Marcelo es la cantidad de gente que vive sola en una ciudad tan grande y frenética como Nueva York.    

¿Cómo lo ha pasado Marcelo en España durante la promoción del libro?

-Se ha sorprendido mucho porque cuando yo le propongo escribir el libro no sabe quién soy ni hizo ninguna indagación sobre mí, así que cuando ha visto el cariño con el nos recibía la gente ha sido una gran sorpresa para él. Por otro lado, para él su trabajo es como un show de televisión, por lo que tiene una gran soltura para hablar y una gran cultura musical.   

¿Cómo se sintió Marcelo al leer esta visión sobre su vida?

Muy bien, y eso que hay cosas de ficción, pero no le ha importado. De hecho, me sugirió que al final de la novela lo podía ingresar en un manicomio.

Vive en EEUU desde hace años y no puedo evitar preguntarle por los últimos tiroteos que han sacudido al país. ¿Cree que por fin se controlará el uso de las armas?

-Es muy difícil. Llevamos en lo que va de año unos 250 tiroteos masivos, es el pan nuestro de cada día y es difícil, sobre todo porque en el ADN de los americanos está metido que John Wayne es el héroe de los EEUU y su sueño es ser un cowboy, lo que significa que el héroe nacional es un señor que tiene un rifle y cuida a su familia de cualquier invasión. En este país se ha creado la idea de que para triunfar tienes que tener un rifle en la mano y pegarle un tiro al que venga a molestarte. Y, por otro lado, ahora mismo el lobby de las armas es muy poderoso, este país gana mucho dinero con las armas, es uno de sus grandes negocios y de donde sale el dinero de los políticos. Lo que sí es cierto es que la mayoría de este país, más de un 70%, quiere que se regule el uso de las armas, pero los políticos no hacen nada. A pesar de que a día de hoy la realidad es deprimente, a futuro me siento optimista, es un grito popular, lo que pasa es que los que gobiernan este país no lo escucha.

Si algún día paso por legendario Oyster Bar de Nueva York, que cóctel debo pedir?

Yo pediría un Manhattan

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