Precedida de la Espiga de Oro del Festival Internacional de Cine de Valladolid, esta cinta es toda una declaración de amor al séptimo arte por parte del guionista y realizador indio Pan Nalin. Y no se conforma con narrarlo, sino que se reafirma en ello citando a todos aquellos cineastas que le han influido en su educación cinéfila: desde Tarkovski hasta Godard, pasando por otros muchos. Aunque, posiblemente, la huella más palpable sea la del gran maestro Satyajit Ray. La historia no está lejos de la mítica Cinema Paradiso (1988) de Giuseppe Tornatore, pues nos cuenta el empeño de un niño por cumplir el sueño de contar historias con imágenes, a la vez que su relación con un operador de cabina que le permite ver las películas a cambio de la comida que cocina su madre. Habrá quien recuerde la anécdota que dio lugar al título del libro de otro gran cinéfilo, el escritor y crítico de cine cubano Cabrera Infante: Cine o sardina.

El guion está escrito en forma de cuento, vestido con emoción y encanto, sin llegar a caer en el exceso de almíbar. Incluso consigue convertir la pantalla en un espejo y que el espectador, amante del cine, se vea reflejado en determinados momentos de la acción. El cine dentro del cine, por supuesto y obviamente, está muy presente gracias a las escapadas (como las del pequeño Doinel de Los cuatrocientos golpes de Truffaut) que el niño protagonista hace para disfrutar de las proyecciones de películas de la factoría Bollywood (cintas dinámicas y coloristas, sobre todo optimistas y melodramáticas), huyendo de las clases pese al castigo paterno. Y una parte importante del valor en este filme lo aporta la mirada, deslumbrante y magnética, del niño actor Bhavin Rabari y su gran interpretación que ensombrece al resto del reparto, gracias al recital que nos regala.

Y, desde luego, La última película no sólo es un homenaje al cine, sobre todo es un homenaje al celuloide, al cine en 35 mm., al verdadero cine que un día mató el digital.