Nacida en Huelva, María Hesse vivió una larga temporada en Sevilla, por lo que la luz de Andalucía puede haber influido indirectamente en los colores vivos que contrastan en sus ilustraciones con los rostros melancólicos de mujeres sensibles, fuertes y soñadoras. Es el mismo halo que desprende la artista, de paso por Córdoba para presentar Malas mujeres, su último libro ilustrado, en el que vuelve a dar voz a quienes fueron maltratadas por la historia, y que promete el éxito arrollador de trabajos anteriores como las biografías ilustradas de Frida Kahlo, Marilyn o David Bowie.

¿Realmente las protagonistas de ‘Malas mujeres’ son tan malas?

Se trata de desmontar el mito de estos personajes construidos para contenernos. Desmonta tanto a los arquetipos de la mujer buena como la mala. Siempre ha estado esa dualidad. La buena, se supone, es la cuidadora, la sumisa.

¿Con cuál de las figuras femeninas del libro conecta más?

En realidad me llaman todas la atención, por eso están ahí. Todas hemos sufrido en algún momento algunos de esos insultos; «Loca» o «puta» son los más extendidos. Intento seleccionar personajes significativos dentro de esos arquetipos. Medusa [una de las mujeres que aparece en el libro], por ejemplo, fue violada y culpabilizada, transformada en monstruo para justificar esa violencia contra la mujer. Este es un ejemplo de la mitología pero todavía, a día de hoy, cuando se encuentra una mujer violada, lo primero es cuestionar a la víctima. Por ello también aparecen ejemplos como el caso Nevenka o el movimiento Me Too; momentos de unión de las mujeres para denunciar el acoso.

Las mujeres han sufrido más las consecuencias de la pandemia, ¿no cree?

Bueno, claro. Ha sido un paso atrás. Las víctimas de violencia de género aumentaron porque antes, al menos, tenían el respiro de salir de casa pero con el confinamiento eso se acabó, estaban atrapadas.

En las biografías de Frida Kahlo, Marilyn o Bowie llevó a cabo un amplio proceso de documentación, ¿también ha sido necesario para ‘Malas mujeres’?

Con este libro el proceso ha sido incluso más complejo, más costoso. He aprovechado información que venía recopilando desde hace tiempo, incluso con El placer. He analizado el contexto de cada personaje y recopilado información al respecto, me he documentado sobre la actualidad para comprobar cómo cada arquetipo se sigue manteniendo. El proceso de investigación ha sido fundamental para sostener el libro.

‘El placer’ tenía gran carga autobiográfica, ¿por qué ha vuelto a los personajes históricos?

La nota autobiográfica, en ese caso, hacía de hilo conductor. Pero también tuve que documentarme un montón porque El placer abordaba datos a cerca de cómo a lo largo de la historia a las mujeres se nos ha negado la libertad y el placer, posicionándonos como objetos y no como sujetos. En Malas mujeres también hay una parte autobiográfica, pero mucho más leve que en El placer porque para mí cobraba más importancia el peso de las ficciones construidas a lo largo de los siglos en torno a la mujer.

«En ‘Malas mujeres’ también hay parte autobiográfica, pero mucho más leve que en ‘El placer’»

Resulta significativo que no sea una artista encerrada en el «yo».

Soy pudorosa con esa parte íntima mía. Sí es cierto que en El placer me desnudé mucho. Sin embargo, cuando dejo ver mi parte personal es para hacer entender que las situaciones que enfrentamos las mujeres no solamente ocurren en la ficción o a mujeres muy famosas. Aparece mi experiencia como la de mis amigas y la de gente cercana. Es la parte común a la de nuestras vivencias cotidianas, aquella con la que el lector se puede sentir más identificado.

¿De dónde viene su interés por unir ilustración con la escritura?

Son dos medios para contar. La imagen, por sí sola, puede transmitir muchas emociones e historias, como lo hacen los libros que son enteramente ilustrados. En el caso de las obras que unen ambas disciplinas, me parece una cosa maravillosa. Cuando ambos elementos conviven se apoyan entre sí y aportan información diferente, con otro desarrollo. A mí me gusta mucho.

¿Hay una evolución en sus ilustraciones?

Yo creo que sí la hay. Si se comparan el primer libro, el de Frida Kahlo, con el de Malas mujeres se ve una evolución de estilo y, evidentemente, de la intencionalidad. Creo que debería ser lo normal, evolucionar como personas y que también lo haga el medio de expresión. Me parece más interesante que la gente lo note porque una tiene esa intención de cambio o, aunque no tenga la intención, el cambio siempre está ahí. Pero prefiero que sean los demás quienes la perciban.

¿Cómo lleva el peso que sus obras están generando en varias generaciones?

Una nunca sabe cómo va a llegar al público. En El placer sentí miedo porque hablaba de una experiencia muy personal, marcada por el contexto y por cómo crecí. Piensas que cada uno vive su sexualidad y su vida de una manera diferente, pero creo que hay un nexo de unión por el hecho de haber nacido bajo la cultura del patriarcado, que condiciona. Aunque, lo que más me sorprende es que no encuentro tanta diferencia entre las generaciones anteriores y las actuales. Cuando hablo con mujeres más mayores que yo, se sorprenden de las historias que cuento porque ellas mismas pensaban que habíamos evolucionado más y están viendo a chicas jóvenes vivir prácticamente lo mismo. Ahí te das cuenta de que evolucionamos, pero quizá no tan rápido como deberíamos.

¿Encuentra en el arte ese punto de reflexión que no percibe en otros ámbitos?

Creo que el arte está para eso. No solo con la pintura o el dibujo, sino con otras disciplinas, la literatura y la música. Tienen ese punto de encuentro que nos gusta tanto y nos llega tan dentro. Como consumidora de arte, creo que es una forma de encuentro y tiene también un carácter político.

¿Su concepción del arte es, entonces, política?

Lo concibo como una manera de contar cosas. Un caso significativo es el de Frida Kahlo. Ella no hacía arte para los demás, lo hacía para sí misma, pero a la gente le gustaba mucho ya no por su técnica, sino por la profundidad de los temas que tocaba, con los que la gente conectaba. Se trata de una pintora que, de pronto, era capaz de poner imágenes a sensaciones compartidas. Cuando alguien me dice que le pasa algo así con lo que hago, me parece muy bonito porque es cómo si me pusiera en lugar de ellos.

¿Se siente voz de una generación?

No (Risas). Eso es muy fuerte. Sería súper bonito, pero se tendrá que ver a largo plazo cómo se concibe lo que yo hago. Pero es que eso es muy fuerte. Yo no busco ser voz de una generación, sino contar mis cosas sin cohibirme.