«Impresionaba con sólo aparecer sobre el escenario por la forma de saludar, por los gestos que acompañaban a su ejecución; pero, sobre todo, por esa manera prodigiosa de tocar que le caracterizó siempre», dice el catedrático de Piano del Conservatorio Superior de Música Juan Miguel Moreno Calderón al preguntarle por el pianista cordobés Rafael Orozco, del que hoy se cumplen 25 años de su fallecimiento en Roma, donde vivía, a los 50 años. La noticia desgarró a este músico y a «todos los que lo conocíamos», recuerda el músico, al que su pasión por el virtuosismo de Orozco le llevó a escribir la biografía de este admirado y prestigioso músico, «uno de los pianistas más importantes que ha dado España en toda la historia de este instrumento». 

Amigo y admirador de Orozco, Moreno Calderón, que escribió en 2016 el libro Rafael Orozco. Un piano vibrante (Almuzara), reconoce que su visión del pianista puede ser «subjetiva», pero lo que sí son hechos objetivos son «su virtuosismo, su amor a la música y su apasionada entrega al piano», además de ser un destacado representante de «una irrepetible generación» pianística en la que figuran los nombres de Daniel Barenboim, Maurizio Pollini, Maria João Pires, Murray Perahia y Martha Argerich, entre otros. 

En Córdoba --además de con una calle y el nombre del Conservatorio Superior de Música--, y por iniciativa de Moreno Calderón, se recuerda bajo su dirección artística al pianista cada año desde el 2002 gracias al Festival de Piano Rafael Orozco, organizado por el Ayuntamiento y del que se han celebrado más de 200 conciertos de artistas de muy distintas nacionalidades. «Estamos expandiendo el nombre de Orozco, porque hay muchos cordobeses que no saben quién es. Lo conocen, sobre todo, los melómanos, la gente que está metida en el mundo de la música clásica, y ya sabemos el espacio que se le da a la música clásica en este país», señala el catedrático.  

Niño prodigio, su primera prueba la tuvo a los quince años cuando, siendo consciente de que ya había aprendido en Córdoba lo que ésta podía darle, decidió acudir a la prestigiosa clase de virtuosismo de José Cubiles en el Real Conservatorio de Madrid, cita obligada para todo aquel que aspirase a algo importante en el pianismo español de entonces, recuerda su biógrafo. Y no se equivocó, continúa Moreno Calderón, que explica que ganó el Premio de Virtuosismo, galardón que se sumaba a los premios obtenidos ya en varios concursos internacionales. En aquellos años, prosigue el experto, los primeros sesenta, «también disfrutó de la influencia de grandes músicos». 

El triunfo

Muy pronto, Orozco se convirtió en un pianista de talla internacional, actuando, en la década de los setenta, en las principales salas de concierto de Europa y América, como el Queen Elizabeth Hall, el Royal Albert Hall, la Musikverein de Viena, el Concertgebouw de Amsterdam, la Scala de Milán o el Carnegie Hall de Nueva York. Tocó con las principales orquestas europeas y americanas, como la Filarmónica de Berlín, la Sinfónica de Viena, la Orquesta de París, la Filarmónica de Los Ángeles, la Sinfónica de Moscú y todas las de Londres, estás últimas con las que más actuó. Y todo ello bajo batutas como las de Maazel, Abbado, Barenboim, Dutoit, Mutti, López Cobos y Chailly, entre otros. 

«Realmente, en él se dieron todos los ingredientes para triunfar: una vocación musical venida de familia, buenos maestros desde las primeras notas aprendidas y, sobre todo, un talento excepcional, recordado con admiración por condiscípulos y maestros», asegura el músico, que no se olvida de su «voluntad de hierro». 

El pianista y Córdoba

Según señala Moreno Calderón, su relación con Córdoba tuvo dos etapas: «Se fue muy joven a estudiar y a finales de los sesenta acudió algunas veces a la ciudad a dar conciertos en el Círculo de la Amistad. En la década de los setenta apenas vino, pero el punto de inflexión a partir del cual regresa a Córdoba con regularidad lo marca, en 1986, la entrega de la Medalla de ciudad y el título de Hijo Predilecto», en tiempos del alcalde Herminio Trigo. 

«De repente, Córdoba cae en la cuenta de que tiene un pianista reconocido en todo el mundo», continúa el catedrático, que explica que desde entonces hasta su muerte tocó casi todos los años en la ciudad, llegando a decir «ya me siento profeta en mi tierra». Y una de ellas fue en el concierto de presentación de la Orquesta de Córdoba, en 1992, bajo la batuta del cubano Leo Browuer.

Su última aparición en Córdoba, pocos meses antes de su fallecimiento, fue en el concierto inaugural de la cuarta temporada de la Orquesta de Córdoba, el 26 de octubre de 1995. «Fue una suerte para mí encontrarme con este hombre en mi camino», subraya el pianista, que recuerda con cariño su «generosidad y simpatía». «Amaba la vida y le gustaba disfrutarla» concluye su biógrafo.