Ha sido el último de la generación beat. Sus 101 años lo atestiguan. No fue el más importante del grupo pero sin Lawrence Ferlinghetti, fallecido el lunes en San Francisco, no se entiende la enorme influencia que aquellos rebeldes y nómadas Allen Ginsberg, Jack Kerouac y William S. Burroughs, entre otros- imprimieron a la literatura del siglo XX, rompiendo las formales reglas de juego imperantes hasta mediados del siglo XX y abriendo el camino a la cultura hippie, el feminismo y la lucha por los derechos civiles o el rechazo a la guerra de Vietnam.

Ferlinghetti, poeta, editor, artista, activista y, por encima de todo fundador de la famosa librería City Lights de San Francisco, Capilla Sixtina de la contracultura, ha sido el guardián del relato de aquella aventura. Podría decirse que él mismo también ha sido un dechado de contradicciones. Ahí es nada, llegar a 101 años siendo el ‘portavoz’, aunque no de buena gana, de aquella panda de ‘benditos’ drogadictos autodestructivos. Fue también el que desplegó un mayor compromiso político como anarquista y ecologista ‘avant la lettre’. Pero a la vez demostró también ser un eficaz empresario: City Lights fundada en 1953, a semejanza de la parisina Shakespeare and Co, ha superado mejor que aquella los embates del tiempo y las crisis, convirtiéndose en uno de los atractivos turísticos de la ciudad, una librería acogedora especializada en libros de bolsillo -jamás best-sellers- que invita a quedarse a leer en sus salas. Se dice, sus dependientes hacen la vista gorda si alguien decide robar algún libro. La mayoría, muy baratos o de segunda mano.

'Performance' salvaje

El librero formaba parte del público que vio a Allen Ginsberg, harto de vino y fuera de sí, en la legendaria 'performance' salvaje en la que leyó el fundacional e inédito poema ‘Aullido’ (‘Howl’) -“He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura…”- y unos meses más tarde se convertía en su editor. Como editor, fue acusado de publicar obscenidades (en realidad, por hablar sin tapujos de relaciones sexuales entre hombres) y el caso propició uno de los juicios más mediáticos del momento sobre la libertad de expresión en el arte, que felizmente ganó Ferlinghetti. “La policía que nos acusó nos hizo una gran publicidad del libro e hizo un trabajo muchísimo mejor que el que hubiéramos podido hacer nosotros”, solía ironizar el poeta.

Aunque, en muchas ocasiones un Ferlinghetti ya mayor se lamentaba de la comercialización y banalización de la generación beat, también era consciente de que su librería había contribuido notablemente a ello porque ‘Aullido’ sigue siendo a día de hoy uno de los libros más vendidos en el local. Fue él quien promovió que la ciudad impusiera el nombre de Kerouac a una de las calles que van a dar a la librería. En 1994, el ayuntamiento incluyó en el callejero una Vía Ferlinghetti siendo esa la primera vez que se distinguía a un autor vivo en la ciudad.

Niño abandonado

El poeta tuvo una infancia digna de Dickens. Había nacido en el popular barrio de Yonkers de Nueva York, de madre francesa y padre italiano, que muy pronto se separaron y dejaron al pequeño al cuidado de una tía. Esta a su vez volvió a abandonarlo dejándolo en casa de una familia patricia neoyorquina, con la que había trabajado como institutriz, después de que estos decidieran criarle y darle una excelente educación: viajó a París para matricularse en la Sorbona y más tarde estudió en la neoyorquina Columbia.

Fue uno de los últimos en integrarse en el grupo de los beatniks ya en San Francisco casi una década más tarde de que estos se iniciaran en la escritura y a la vez que abría su librería empezó a escribir sus poemas publicados en la colección Pocket Poets, cuyo cuarto número sería el seminal ‘Aullido’.

Como poeta fue menos desquiciado y amargo que sus colegas, influido por el poeta francés Jacques Prevert, con el que comparte claridad y tono popular. Con su poemario ‘Un Coney Island de la mente’ (1958), uno de los más populares de la lengua inglesa, llegó a vender un millón de ejemplares.

Un perro, relaciones públicas

El año pasado, City Lights, celebró el centenario del autor, en vida, aunque este por problemas de salud no pudo recibir el homenaje presencialmente. Hasta hace pocos años todavía realizaba algún trabajo y anunciaba a los periodistas con mucho humor, que no deseaba retirarse. Prueba del espíritu guasón que siempre le acompañó era el hecho de que había nombrado a su perro Homer relaciones públicas del local y que durante años Homer Ferlinghetti recibió correo regularmente. La carrera de Homer acabó, según le gustaba contar, cuando decidió orinarse en la pernera de un policía. Un acto de rebeldía perruna que el autor llevó a uno de sus más celebrados poemas: “El perro trota libremente por la calle / entre charcos y bebés / gatos y cigarros / salones de billar y policías. / Él no odia a los policías / Él simplemente cree que no sirven para nada”.