Y sí, todavía respiramos. En el número 20 de la calle Ambrosio de Morales se levanta el convento del Corpus Christi, construido en el siglo XVII. Edificio de más de trescientos años que durante la Guerra Civil fue un hospital militar y desde hace poco más de dieciocho es la sede de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores. El viernes 13 de marzo, el Gobierno español decretó oficialmente el estado de alarma en toda la nación. Esa misma tarde, hubo una reunión con la dirección en la que a los residentes nos dieron a elegir entre volver a nuestros hogares o permanecer dentro. Decidí quedarme junto a otros once compañeros: las artistas plásticas Alba Lorente, Ana Pavón, Lucía Tello, Rosa Aguilar, Paula Sánchez y María Rosa Aránega; y los escritores y escritoras Borja Moreno Martínez, Kevin Cuadrado, Carmen Rotger Ordóñez y Estefanía Arista. Porque entiendo que la cultura vence a la histeria y que nuestra lucha está aquí dentro, entre estos cuatro muros, desarrollando cada uno de nuestros proyectos hasta el final.

Cada mañana me levanto cuando suena la campana a la hora del desayuno con la incertidumbre de si habrá aumentado el número de víctimas fuera, si le tocará a alguien de mi familia ese día; si, como muchos de nuestros amigos, tendremos que resignarnos a ver morir en la distancia a nuestros seres queridos, sin poder despedirnos. Y con esas dudas escribimos y pintamos, porque es lo que tenemos que hacer, porque en todo proceso creativo existe una parte de desasosiego. Inmediatamente después de ese pensamiento, cojo el teléfono y llamo a mi abuela para hablar media hora y no se sienta sola, porque, justo ahora, sola es como más segura está. Desde el principio, mantuvimos en todo momento a rajatabla las indicaciones de las autoridades: desde hace semanas ni si quiera cruzábamos palabra con los trabajadores. No hemos traspasado la puerta del claustro desde entonces. Pero sí hemos hecho una cosa: unirnos más.

Todas las promociones anteriores entenderán a lo que me refiero cuando digo que no siempre convivir es fácil, igual que ocurre en las mejores familias. Pero si algo ha merecido la pena de aguantar aquí, en la última trinchera de la cultura cordobesa, son los pequeños gestos de compañerismo y sacrifico de cada una de las personas que hoy por hoy viven bajo este mismo techo. Que dan vida a este lugar.

No solo los residentes, sino también Esther Villaescusa y Luis Cárdenas, amigos y faros que iluminan nuestros caminos en los momentos más oscuros. Aquí, según pasan las horas, somos cada vez más conscientes de lo afortunados que somos, por poder mantener una especie de falsa normalidad, una excepción dentro de la crueldad del momento, porque podemos seguir trabajando en aquello que nos apasiona.

LOS HÉROES // Todas las tardes, a las ocho, subimos al mirador para aplaudir a los que están combatiendo en primera línea de fuego en esta batalla; al personal sanitario, por supuesto, pero también a los basureros, las barrenderas, los cuidadores, en definitiva, todos aquellos trabajadores del sector público que son, aunque a algunos se les olvide, quienes vertebran nuestro país y que durante los últimos años han visto cómo sistemáticamente sus derechos han ido reduciéndose. Cómo los recursos que deberían haber ido destinados a innovación, ciencia y sanidad, tres de los pilares que conforman un Estado pleno e igualitario, se han invertido en rescatar a bancos y entidades financieras.

Desde lo alto, cuando aplaudimos, vemos balcones y azoteas atestadas de cordobeses agradecidos y pienso que debemos dejar de hablar de recesiones económicas y remarcar las recesiones sociales, decir bien alto y claro que las políticas neoliberales han provocado un empeoramiento, evidenciado en esta crisis, de las condiciones de vida y trabajo. Porque el covid-19 no entiende de idiomas, pero la precariedad tampoco, y no es el momento de medirse con el país vecino para ver quién está por encima, sino de remar todos en la misma dirección y plantear una solución conjunta a esta crisis y a la crisis que desde hace tiempo empuja a los más necesitados a situaciones extremas.

Porque si de algo sí que entiende el virus, es de clases. No me imagino cómo todos aquellos políticos que una vez escupieron a la cara de la sanidad pública, privatizando a diestro y siniestro todo cuanto pasaba por sus manos, podrían, después de estas semanas, seguir atreviéndose a decir que las medidas para frenar esta pandemia se han tomado muy tarde y dormir tranquilos al mismo tiempo por las noches pensando que ellos lo hicieron bien, que ese era el camino.

Desde mi confinamiento en este entorno privilegiado, solo puedo vitorear el esfuerzo de miles de personas, muchas de ellas amigas y amigos, que en estos momentos están poniendo en riesgo su vida por salvar las de otros. Porque no son héroes y debemos parar de romantizarlos usando ese tipo de términos que no contribuyen sino a normalizar la precarización de sus empleos. No son héroes, son trabajadores y trabajadoras de un sector que es vital para la estabilidad de una sociedad. Ahora y hace seis meses. Por eso aplaudo.

Mientras tanto, intentamos que la cultura también cumpla su función social, que sirva para encontrar consuelo en medio de la adversidad y para llenar el tiempo de esperanza. Trabajamos en el segundo número de la revista de creación La Novicia, para que todo el que quiera pueda desconectar unos minutos del televisor y leer poemas de Rosa Berbel y Joaquín Pérez Azaústre, un texto de Aroa Moreno Durán, disfrutar de una fotografía de Chema Madoz, de un cuadro de Rubén Rodrigo o de reflexiones de El Niño de Elche. Trabajamos en libros de poesía, en cuadros, en esculturas, en novelas, en obras de teatro que el día de mañana nos ayuden a ver la vida de una forma más humana y no olvidar los errores cometidos. Porque no hay cultura ni sociedad que pueda avanzar sin memoria. Al final, esta casa se ha convertido en lo que quería Antonio Gala cuando la imaginó: una familia unida, un espacio de resistencia desde el que gritar intensamente, un oasis en mitad del desierto en el que se ha transformado Córdoba en estos días grises, que, sin duda, os lo prometo, pasarán y corresponderá a cada uno cuestionarse qué hemos hecho mal.

*Residente de la actual promoción de la Fundación Gala