Identidad, subtitulado La demanda de dignidad y las políticas de resentimiento, de Francis Fukuyama (1952) -traducida al español por Antonio García Maldonado-, parte de la idea de que en la segunda década del siglo XXI, las políticas mundiales han cambiado, y con ese cambio han entrado en juego nuevos modelos, no todos deseables.

Fukuyama es un politólogo de 66 años de edad, oriundo del Japón, nacido en Chicago, que vive en Manhattan, que a los treinta tantos años de edad, publicó un ensayo titulado El fin de la historia (1990), considerado modélico en su forma y profético en su contenido, que el tiempo ha desmentido, porque no le siguió, como él anunció, el fin del mundo hegeliano de las ideas, ni el triunfo irrebatible de la democracia liberal, el libre mercado, y el hundimiento del marxismo que se basa en la creencia de que las diferentes políticas no son más que el reflejo de la forma de abordar los conflictos económicos.

Efectivamente tuvo y tiene muchos aciertos que se han cumplido como él preveía: las democracias han crecido en el mundo. De 1970 al año 2000, escribe, «el número de países que podían clasificarse como democracias electorales aumentó de aproximadamente treinta y cinco a más de ciento diez», el modelo de democracia liberal pasó a ser la forma de gobierno mayoritaria, pero en la segunda década del siglo XXI, esto ha cambiado.

Según este autor, hasta ahora la política general de izquierdas o derechas, venía determinada por el modo de afrontar los problemas económicos: «la izquierda quería más igualdad y la derecha exigía mayor libertad», y se miraban en los trabajadores, sus sindicatos, la protección social y la redistribución de la riqueza, mientras que la derecha estaba interesada en reducir el tamaño del gobierno y promover la iniciativa privada.

«En la segunda década del siglo XXI, -escribe- ese espectro parece estar cediendo en muchas regiones a una definida por la identidad. La izquierda se ha concentrado menos en una amplia igualdad económica y más en promover los intereses de una amplia variedad de grupos percibidos como marginados: negros, inmigrantes, mujeres, hispanos, la comunidad LGBT, refugiados y otros. Mientras tanto, la derecha se redefine como patriotas que buscan proteger la identidad nacional tradicional, una identidad que a menudo está explícitamente relacionada con la raza, el origen étnico o la religión».

Es lo que Fukuyama considera que son las políticas del resentimiento que crea sus propias subdivisiones, ya que mucha clase trabajadora, a la hora de votar, elige partidos o propuestas de derecha o de centro derecha, porque consideran que la izquierda ha dejado de representarle, por esconderse detrás de «la gente» que la ven representada en las minorías, no en la mayoría trabajadora, por lo que sospecha que este tipo de políticas no sean más que un sustituto «barato de la reflexión en profundidad».

Sectores en otros momentos identificados con la izquierda se percatan de que crece la desigualdad pero no hay mas izquierdas, sino más grupos minoritarios, y consideran que el multiculturalismo de la izquierda es un error. La nueva política se ha ido traduciendo en la primavera árabe, en el renacer de China y de Rusia, en las crisis económicas, en los resultados sorprendentes como la elección del presidente Trump, la aprobación del brexit, el crecimiento del terrorismo islamista, etcétera, aspectos derivados de la aplicación de políticas excluyentes y de resentimiento.

Asegura Fukuyama: «Este resentimiento engendra demandas de reconocimiento público de la dignidad del grupo en cuestión. Un grupo humillado que busca la restitución de su dignidad tiene mucho más peso emocional que las personas que sólo buscan una ventaja económica».

Fukuyama lo que reclama es más democracia y más política de altura.