Carlos Fuentes, es sabido, jamás se cohibió a la hora de decir lo que pensaba de la política y de los políticos mexicanos. Eso hizo que su voz poderosa y profética molestara a más de uno. Las opiniones de Fuentes, como las de García Márquez, su gran amigo, han pesado y mucho en el debate social mexicano. Convertido para muchos en el gran padre a combatir, a Fuentes en los últimos años le llovieron los detractores, muy especialmente en su país.

Pero todas aquellas tormentas se han alejado, barridas por los multitudinarios honores, casi de hombre de Estado --que prácticamente es lo que fue-- que se le tributaron ayer en Ciudad de México, donde su cuerpo fue situado en la capilla ardiente instalada en el céntrico Palacio de Bellas Artes de la capital. Por fortuna para él, hace tres años, con motivo de su 80º cumpleaños y el 50º aniversario de la publicación de su primera gran novela, La región más transparente , Fuentes, ya incontestable vaca sagrada, pudo disfrutar en vida de lo que se podrían considerar sus honras anticipadas, un homenaje en el que se implicaron 29 instituciones públicas y privadas del país, que tuvo sabor a reconciliación y a reconocimiento final. "Me dije para mí. Todo está bien, tengo 80 años, ¡Oh, Dios mío! Sigo escribiendo y criticando y siendo el que soy", aseguró, satisfecho.

LOS AMIGOS Más satisfecho se sentiría si hubiera podido ver cómo los ciudadanos de la Ciudad de México se volcaron tumultuosamente en su último adiós. La despedida íntima tuvo lugar en la casa de San Jerónimo, al sur de la ciudad, donde acudieron los amigos del escritor como Ramón Xirau, Elena Poniatowska, Angeles Mastreta o Pilar del Río, viuda de José Saramago, e incluso el presidente de la República, Felipe Calderón, ofreciendo apoyo a la viuda, Silvia Lemus. Fue una noche en la que más que recuerdos y lamentos se multiplicaron los proyectos de futuras ediciones y celebraciones.

Al paso del cortejo fúnebre que llevó los restos del escritor al palacio de Bellas Artes, los numerosos viandantes, bajo un sol de justicia, aplaudían o se llevaban la mano al corazón. En la avenida Patriotismo, una mujer alzó un libro de Fuentes en una mano y una bandera de México en la otra. Todo un símbolo.

El homenaje público del mundo político y la élite cultural quedó para el acto del Bellas Artes, que abrió puertas a mediodía, hora local, al que acudieron la viuda, pero también la única hija viva del autor, Cecilia, fruto de su primer matrimonio con la popular actriz Rita Macedo, quien se suicidó en 1993. El acto oficial estuvo encabezado por el parlamento del presidente Calderón, que dedicó gran parte de su discurso a leer fragmentos de la obra de Fuentes. En esto creo: "No hay palabra que no venza a la muerte. No hay palabra que no sea portadora de una inminente resurrección".

Cuando se dejó el paso abierto a la larguísima fila de admiradores y lectores que esperaban en el exterior, el pueblo mexicano pudo por fin despedirse de un grande de las letras.