NOVELA

Los maltratadores en narrativa

Antonio Soler se adentra en un mundo enfermo en ‘Yo que fui un perro’

Antonio Soler. | GREGORIO MARRERO

Antonio Soler. | GREGORIO MARRERO

Vivimos en una sociedad enferma. Hace unos meses Sergio C. Fanjul, desde el diario ‘El País’, se refería a ello en un artículo donde expresaba el abuso de la palabra libertad, el culto al éxito personal, las relaciones líquidas que favorecen filosofías individualistas extremas, las ideas contra lo comunitario. No es una buena época para la comunidad, el humanismo y la solidaridad.

La última novela del muy encumbrado novelista Antonio Soler permite adentrarnos en un mundo enfermo. En un personaje joven, formado como estudiante de medicina, que posee un sentido de la existencia basado en la patrimonialización del otro, en su anulación, y, en consecuencia, cuando anulas su libertad de sentir, de pensar y de ser, queriendo apropiarte de sus actos, lo estás degradando hasta tal punto de que los conviertes en un «no humano». Ya los nazis practicaron este mismo pensamiento con los judíos y hoy día podemos decir que el ejército judío está practicando las mismas formas con la población de Gaza exterminándola.

El concepto, en el ámbito individual, personal, nos es diferente al que se dirime en el ámbito público. No reconocer al otro como persona (en este caso a su novia, a su pareja Yolanda) y ejercer sobre ella todo tipo de acoso, personal y social, revela no ya a un celoso compulsivo, una enfermedad particular (que también), sino sobre todo una enfermedad social. El ejemplo de este acosador, este maltratador que vigila permanentemente, no ya solo desde su terraza, sino en su día a día, en sus relaciones, en sus comportamientos, en sus idas y venidas a la joven Yolanda, es un símbolo de estos tiempos en que se produce una apropiación del otro, de su vida, de su forma de pensar y ser, convirtiéndolo así en un ser sin atributos y sin los elementos que nos definen como humanos.

A través de secuencias propias de un diario íntimo, el protagonista inicia su andadura el 23 de enero de 1991 y va seleccionando secuencialmente situaciones personales (con el juego de la analepsis en determinados momentos y las frases tachadas que expresan sus contriciones) en un lenguaje directo, claro, sencillo, con frases cortas y poca hipotaxis que permiten avanzar en la narración con bastante fluidez y rapidez narrativa. Construido como a impulsos, los que muestra el estudiante en su devenir diario a través de un sistema de párrafos en el que cada uno aporta una idea. En su desequilibrio, en su búsqueda constante de la dominación del otro, de la mujer, como ser degradado y finito.

El objetivo de Soler ha sido penetrar (como dirían los críticos clásicos) en el alma humana (en determinados momentos me venía a la memoria al Raskolnikov de ‘Crimen y Castigo’), como una especie de entomólogo que va minuciosamente elaborando las perspectivas de un ser séptico, de un alma degrada y enferma, es decir, mostrar los rasgos más definitorios de una conducta (algo que ya también había puesto de manifiesto con gran brillantez en su novela anterior, ‘Sacramento’, con el sacerdote iluminado experto en orgías) que tiene sin duda una proyección universal.

En su recorrido es evidente la influencia de ‘El árbol de la ciencia’ de Baroja, sobre el que existen algunos comentarios sacados de la novela: «ser inteligente constituía una desgracia y solo la felicidad podía venir de la inconsciencia y de la locura» o «en la vida todo es una gran carnicería, microbios y animales aniquilando a los demás para sobrevivir y que todo es puro egoísmo». Así como la estructuración progresiva de su propio mundo de relaciones sociales (su madre, su tía, Pedro Torrecillas, Lolo, Carlitos, Verónica...) y las líneas secundarias que estos van conformando para crear el magma de una novela diferente a las que hasta ahora había escrito. Por ejemplo, el «territorio Soler» no es definido aunque es evidente que la novela se inserta en él. Al mismo tiempo van surgiendo heterogéneas temáticas que hacen de esta una obra compleja y muy rica en matices y desarrollos psicológicos: la temática de la identidad, del sentido de la existencia (una temática que tan frecuente fue, por ejemplo, en la obras de Camus o Sartre), la insatisfacción ante la vida diaria, la degradación personal y ambiental, la represión y la pérdida de valores, el erotismo como elemento más cercano a la fisiología, con el quebranto consiguiente de otros sentimientos como afecto, ternura o amor.

En un momento determinado se pregunta Carlos, el narrador: «Por qué sufro tanto (...) El odio y la amargura forman una marea dentro de mi organismo». El protagonista ejerce la pleonexia, el insaciable poder, sobre la mujer; es un depredador, y no tiene nada que lo frene. Podría ser la conciencia, pero está enferma. Antepone sus intereses, sus necesidades y sus deseos sobre todo y ante todo. Y ese mundo nocivo siempre se haya en continuo litigio, al borde de estallar en actos irracionales, como se van mostrando y se verán con fortaleza hacia el final de la obra. Ya sabemos desde Hobbes y su ‘Leviatán’ (fue uno de los autores que más ha profundizado en el egoísmo psicológico del ser humano) hacia dónde conduce esto, pero aquí la degradación es máxima porque las obsesiones enfermizas del personaje tampoco le permiten vivir en paz consigo mismo: «Soy yo el perro que lucha por buscar la luz y el aire, arañando con las uñas los escombros» o «como si yo fuese el perro que guarda la casa». Un ser que está continuamente lamiéndose las heridas y en estado de permanente tristeza y agonía.

‘Yo que fui un perro’.

Autor: Antonio Soler.

Editorial: Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2023.

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