Quienes, al presente, hayan estado tentados a acercarse a la poesía de Antonio Enrique (Granada, 1953), quizá se hayan visto impedidos para acceder a la mayoría de sus títulos por estar agotadas sus primeras ediciones o por la inexistencia de una antología tan necesaria como demandada. Autor de significativos títulos de narrativa y de ensayo, el poeta recoge aquí algunas muestras de 23 poemarios que van precedidos, todos ellos, de una nota preliminar en donde se desvelan algunos de los pormenores que motivaron su escritura. Con esto se ponen a mano del lector o el crítico interesado algunas de las claves que motivaron la escritura de cada libro. Prestan, por consiguiente, estas pequeñas introducciones un servicio inestimable al entendimiento más completo de los distintos títulos, muchas de cuyas claves no habían sido desveladas hasta ahora tampoco por la crítica.

Para quienes hemos venido siguiendo la trayectoria poética de Antonio Enrique, observamos distintas etapas en su obra. La primera, a la que podíamos denominar culturalista, viene caracterizada por la influencia del renacimiento y el barroco europeos en su poesía. Puede que también resulte heredera de la poesía de algunos de los novísimos y comprende los años 1974-1982, con sus primeros y más brillantes títulos, desde Poema de la Alhambra (1974) a Los cuerpos gloriosos (1982), pasando por Retablo de Luna, La blanca emoción y La ciudad de la cúpulas; pues ya en Las lóbregas alturas (1984) se produce un quiebro, un desgarro, un vuelco en su poesía, que troca su carácter culturalista en existencial, el cual está motivado tanto por los cambios que se producen en la sociedad española como por su estancia en el País Vasco. Un cambio radical, acaso circunstancial y no definitivo, tanto en los temas como en el uso del lenguaje poético. Pues ese mismo año de 1984, y ya residiendo en Jerez, se publica Órphica, premio Alcalde Zoilo Ruiz Mateos de Rota, donde regresa a muchos de los postulados culturalistas que habían venido caracterizando su poesía anterior a 1984. Se va acrecentado en su obra un acendrado sentimiento de soledad, junto a la necesidad de amar y sentirse amado, en un tono elegíaco y sublimador de la realidad que al poeta le va pareciendo tal vez más oscura y desoladora; aunque sus versos continúen buscando la exaltación y la brillantez de épocas pasadas, la realidad del país y la suya propia están cambiando y con ellas, su poesía. Sin duda se trata de una época de crisis estética y personal en la que el vate granadino va a ir reformulando su obra, a la par que adentrándose en una nueva dimensión: la de la reflexión heterodoxa o el misterio de lo difícilmente explicable como respuesta a la desazón existencial. Es lo que apreciamos ya en El galeón atormentado (1990), el viaje como motivo iniciático y procurador de respuestas; Reino Maya (título que debe a Ganivet), La Quibla (1991) y Beth Haim (1995), donde siente la necesidad de orar o siente la necesidad del abrazo y la reconciliación tras el desgarro que constata en el cementerio sefardí de Beth Haim, en la isla de Curaçao.

Es posible que El sol de las ánimas (1995) señale una nueva vía más intimista y familiar en la poesía de Antonio Enrique, donde la memoria y el paso del tiempo aparecen con más vigor si cabe que en etapas anteriores, lo cual se va haciendo más perceptible en la evolución del lenguaje hacia campos semánticos más accesibles para el lector de poesía que se aproxima al año dos mil. Los cambios en su trayectoria están vinculados también a su propia experiencia vital, a su maduración como escritor y a su personal experiencia amorosa. Es la época de Santo Sepulcro, El reloj del infierno, Huerta del Cielo, Silver Shadow o Viendo caer la tarde (2005), que nos prepara para adentrarnos en su etapa de madurez, la que conduce a nuestros días y compendia su poesía actual.

La última etapa de la poesía de Antonio Enrique viene marcada tanto por una acentuada inquietud espiritual cuanto por una acrecentada preocupación por el ser humano y el futuro de la especie, y nos llega de la mano de Crisálida sagrada (2009) hasta El resplandor (2020), pasando por Cisne esdrújulo, El amigo de la luna menguante, Al otro lado del mundo y La palabra muda, esta última una cruda denuncia de los campos de exterminio nazis. Estamos, sin duda, ante una antología necesaria.

‘El siglo transparente’.

Autor: Antonio Enrique.

Editorial: Alhulia . Salobreña, 2022.