Sostenía Brecht que se debe tener más miedo a una mala vida que a la propia muerte. Con esta contundente cita se inicia el ensayo Un instante eterno. Filosofía de la longevidad, del filósofo francés Pascal Bruckner, que está teniendo una enorme difusión mediática. Esta obra es una autobiografía intelectual de un pensador de 73 años (Paris, 1948), coautor del exitoso El nuevo desorden amoroso, colaborador asiduo de las revistas Nouvel Observateur y Charle Hebbdo, que formó parte de los llamados Nuevos Filósofos en la década de los 80. Este lúcido ensayo trata de un solo tema: el largo tiempo de vida, y al mismo tiempo es un manifiesto reflexivo dirigido hacia su persona. Este brillante ensayo es toda una vindicación de vivir como nos plazca dado que el envejecimiento no es estar en arresto domiciliario, cuando miramos la edad como una variable más de la vida entre otras muchas.

Una vez rebasados los 50 años, en la que ya no se es joven pero tampoco viejo, es el momento en el que nos planteamos las grandes cuestiones de la condición humana y cómo evitar la melancolía del crepúsculo. Un retrasar el invierno y soñar con una primavera en el otoño de las estaciones de la vida. Un reinventar la vejez donde la edad biológica no coincida con la psicológica o la social. Un avanzar resistiendo las imposiciones de nuestra naturaleza biológica.

Bruckner se pregunta acerca de qué vas a hacer con los más de 20 años de vida después de la jubilación… pues permanecer en la dinámica del deseo, una vida siempre recomenzada, en un veranillo que es conversación del alma consigo misma. Reiniciar una nueva existencia, que no es canto del cisne sino aurora. No todo es destrucción sino que nuestra libertad reside también en poder frenar la desintegración. Un mirar hacia atrás con sentido del humor. Se necesitan 60 años para hacerse filósofo y los 70 es la edad más apropiada para ser feliz. Pedaleando sobre el abismo…

Bruckner se cuestiona si quizás sea un autoengaño o una autoilusión, pero se muestra decidido a no renunciar al trabajo, a los amigos, al amor y al deseo y a los placeres de los viajes. Vivir como si tuvieras que vivir cada instante como eterno. La longevidad, según Bruckner, es una verdad estadística que cada vez vivimos más años, pero no una garantía personal. Movilizados nos alistamos a nuevas batallas, apareciendo el momento de hacer balance y, aún así, debemos continuar. La longevidad no es sólo una suma de años, sino una muestra de nuestra relación con la existencia misma.

Los más jóvenes podrán vivir un siglo gracias a los avances de la medicina, no se apresurarán a tener hijos a los 30, ni a terminar demasiado pronto sus estudios, pero continuamos sobrevalorando socialmente a la juventud, cuando en realidad llegar a un puesto ejecutivo siendo jóvenes, era antaño muy mal visto.

La vida ha dejado de ser breve: en el 2050 habrá más sexagenarios que veinteañeros, se nos otorga una generación «extra» que es lo que Bruckner llama el veranillo de la vida, esa nueva etapa tardía, que nos permite estar vivos a pesar de nuestra edad avanzada. El último capítulo del libro de la vida promete ser emocionante. Es el privilegio de este veranillo que no pudieron disfrutar nuestros padres y abuelos.

Un sentirse libre y un reinventarse cada día, haciendo un buen uso del sobrante, siendo conscientes de la enfermedad mortal que es la vida. Las únicas derrotas son vivir una vida disminuida, la demencia senil. La enfermedad más grave serían el lamento y la amargura, la tentación de sostener que antes era mejor, que los jóvenes son unos cretinos incultos, que el mundo corre hacia la catástrofe, en definitiva… ceder al desánimo.

Una vejez feliz de los séniors es aquella que cultiva la vida, que nos es debacle, ni retirada, ni lamentaciones. Se trata de permanecer en la dinámica de la curiosidad, permaneciendo abiertos al mundo y a los demás hasta el último aliento. No desmovilizarse, ni desvitalizarse, buenos catadores de lo crepuscular, esa es la inmortalidad de los mortales. Antes, los 60 eran el final, se empezaban a poner el uniforme de la vejez, se empezaba a tomar conciencia de que la vida se va como muerte en vida. Por el contrario, lo que nos propone Bruckner es que mantengamos el apetito de vivir, estar vivos hasta el final. Coger todos los trenes que nos pasen por delante, un sí a la vida con todas sus consecuencias. Fue Platón quien imaginó el poder de los mayores, que es una idea muy actual, la de una gerontocracia atemperada. Cicerón en De senectute nos advirtió que hay que estar prevenidos ante el paso del tiempo, que es lo mismo que aconsejó sabiamente Bobbio. No se trata que los adultos practiquemos la confusión de disfraces, ni vestirse a lo C. Tangana o Rosalía, ni tampoco se trataría de atacar las calles con monopatines como si ascendiéramos al Everest.

La vejez no es sólo la suerte de unos supervivientes, sino un vivir existiendo, donde el tiempo sea nuestro aliado paradójico y vector de alegría. La vida continúa con nuevos descubrimientos sorpresa, indulgentes hacia nuestras propias vacilaciones. Caminos que se pierden y se reanudan. Si en 1800 la vejez amenazaba a los 35 años y en 1900 a los 50 años, cada niño que nazca hoy llegará a los 100 años como Matusalén. Tener 69 años y sentirse como un persona de 49. Renunciar a renunciar es el mensaje vital e ilusionante. Amar, celebrar, vivir. Una vida abierta, otoño de la vida pero soleado. Feliz largo tiempo de vida.

‘Un instante eterno. Filosofía de la longevidad’.

Autor: Pascal Bruckner.

Editorial: Siruela 2021.