En Las estaciones, Antonio Varo crece, dimensiona su visión de las realidades, creando espacios propios cada vez más efectivos. Si bien es cierto que sigue creyendo en la libertad del poeta, sus poemas adquieren un tono melódico de evidente calado que lo avecina a la célebre sentencia verlaniana: la musique avant toute chose. Ya no se trata de buscar sino de hallar ese tono empático que conecta la imagen y el sonido, sin presión, como el agua nítida que rueda en el cauce pétreo de los ríos.

Fiel a su temática, donde descuellan dos de los temas universales de la poesía, el amor y la muerte, en Las estaciones vislumbramos otras focalizaciones capitales: así el regreso horaciano al beatus ille, a la luisiana vida sosegada de la naturaleza y la elegía de lo perdido: «Hubo un tiempo sin relojes / en que las estaciones del año / marcaban el ritmo de la vida (…) Ese tiempo ya no volverá / pero quedará en la memoria». Lo perdido que se asocia sin aspereza, casi por inercia, al reconocible tópico literario del ubi sunt, que sigue marcando la razón del poeta. Por algo uno de sus autores favoritos es el prerrenacentista Jorge Manrique, el poeta guerrero sumido por la muerte de su padre entre el preferible pasado («Hagamos nuestra casa -sin preguntas de mármol / ni respuestas de niebla- con huellas del pasado». ¿Qué será de nosotros cuando hayamos huido de las llamas que queman?) y el incognoscible futuro («¿Cómo será la vida cuando me haya ido? / ¿Quién querrá entonces todas las cosas que yo amaba?»).

A lo largo de Las estaciones, además del proteico interrogante del que no podemos desasirnos, trasparecen otros grandes hitos de la cultura literaria, musical y cinematográfica: el obsesivo fugit irreparabile tempus: «el tiempo pasa, el tiempo corre»; el quevedesco anhelo del polvo enamorado: «No somos polvo y arena, sí o no enamorados»; la canción desesperada de Jacques Brel: «la vida es una sombra / y la sombra es el humo del silencio futuro»; o el fílmico amor imposible de Esplendor en la hierba: «los esplendores de hierba». Si como afirma Antonio, en alguna de sus declaraciones, el culturalismo es más un adorno que un sostén poético en sus poemas, no nos queda más remedio que reconocer el sostenido acervo de su globalizada cultura, donde la pintura juega un papel esencial, quizás porque su poesía, compuesta esencialmente de poemas y versos breves, enhebra con igual ciencia las pinceladas surrealistas que nos recuerdan el Cielo azul de Kandinsky hacia donde vuelan los restos de un paisaje rehecho a trozos y el primitivismo abstracto de Joan Miró con el poderoso ascetismo del Cristo Crucificado de Velázquez o el paradigma romántico de Caspar David Friedrich llevándonos a contemplar El caminante sobre el mar de nubes.

Antonio refleja en su poesía el sentimiento encontrado de la vida y la muerte: «Huyo de la vida por huir de la muerte». Esta realidad incontrovertible lo lleva a cuestionarse si realmente merece la pena el hecho de haber nacido: «La vida no vale nada / si tú crees que vale algo / porque la vida es mal trago /que ningún placer lo paga», lo que nos remite al nihilismo latente en la poética de Varo Baena, que todo lo relativiza y lo cuestiona, creando conflictos homodiegéticos cuya conclusión conduce a oxímoros: «la luz del día ciega», antítesis: «Sin ser sabio, sé de la sabiduría», «En algún lugar del olvido habita la memoria»; y paradojas irresolubles: «Sin ser nada de lo que he sido, he sabido de todo».

El amor, presente en su poesía, queda opacado por su fugacidad y su inconsistencia: «todo amor es quimera», pero asimismo podría ser el refugio necesario para salvar el abismo que lo separa de la muerte, tal vez lo único que permanezca «cuando todo se derrumbe / y nada quede en nuestras manos». Aunque la realidad no suele condecirse con el deseo: «Me gustaría engañarme (…) Y así mintiéndome (…) vivir solo a tu lado / como si solo tú existieras»; la verdad reside finalmente en el capítulo inalienable y terminal de la existencia: «Solo a Montilla regresaré ya solo y frío / y allí dejaré para siempre (…) la pasión y la nostalgia de la vida. / Allí construiré (…) mi última morada».

Cimentado sobre la reflexión, el libro de Las estaciones lleva el sello de la poesía que comunica emociones y no se olvida de transmitirlas sublimando el valor de la palabra, creando un universo propio donde la historia personal se convierte en la historia de todo ser humano.

‘Las estaciones’

Autor: Antonio Varo Baena.

Editorial: Vitrubio. Madrid, 2021.