Por educación entendemos ante todo y sobre todo una invitación al conocimiento y también al desarrollo de nuestra sensibilidad. Es fundamento de convivencia ese taller donde se ensayan los nuevos modos de vivir y de sentir. El peligro al que asistimos es que el llamado «capitalismo cognitivo» está decidido a asaltar cada uno de los espacios de la escuela, ya sean las metodologías o bien las herramientas y los recursos de la enseñanza pública, lo que entendemos que es lo común. Esta es la idea inicial que nos propone Marina Garcés (Barcelona, 1973), filósofa y profesora en activo de la Universidad Abierta de Catalunya, en su nuevo ensayo Escuela de aprendices (Galaxia Gutenberg, 2021). Es autora de otras obras de parecida temática pedagógica en otras obras como Fuera de clase en la misma editorial en 2016 y de Nueva Ilustración radical (Anagrama, 2017).

Su clara línea argumentativa está basada para ella en la premisa siguiente: la educación en un mundo globalizado es, sin duda, un grandísimo negocio, además de un campo de batalla cultural donde las sociedades reparten de manera desigual lo que denomina «los futuros». Marina Garcés declara que se considera aún una estudiante y en la docencia, una nómada. Es de las que se involucra de lleno en el mundo de la educación y quiere llegar siempre al fondo de los asuntos.

Aprendiz y rebelde libertaria que es, sigue padeciendo en cómo enfrentarse diariamente a sus propios alumnos en cada aula/clase, porque considera que está ejerciendo de alguna manera sobre ellos una violencia o dominación simbólica, ya sea por lo menos en las formas. Pregunta abiertamente desde el principio a los alumnos por qué y para qué venís y acerca de cuál sería la mejor de las formas de relacionarse en el muy complejo mundo escolar. Se le ocurre que la única manera de salir de esta contradicción no es otra que invitar a los alumnos a participar de manera decidida en todo aquello que les atañe y nos atañe. Unos se esconderán más y otros menos. Marina hace hincapié, quizás por experiencia propia, en la vivencia específica en el ámbito escolar de la vergüenza, del intento de esconderse, de ocultarse que afecta al yo más íntimo. Vergüenza ante los otros, de no saber lo suficiente, de tener un nombre extraño, de no hablar bien, de no dominar la lengua dominante, de no vestir como los demás, de no tener padres normales, de ser pobres o de pueblo, de pasar desapercibidos, en definitiva, de la humillación.

En cambio, lo que hay que fomentar es ser aprendices rebeldes a modo y manera como nos pedían los maestros ilustrados de la Institución Libre de Enseñanza, que sigue siendo el modelo e ideal a seguir. Por el cual los saberes y pareceres se descubren y se comparten.

Sabemos que la máquina de la educación también tiene sus propias limitaciones en su continua producción de obediencias, en la que todos colaboramos, a la que se pueden y se deben oponer una actitud crítica y a la vez emancipatoria. Se trataría, según la autora, de desobedecer juntos esa obediencia impuesta desde una conciencia nueva dispuesta a subvertirla.

Un ejemplo: se posiciona contra cualquiera de los castigos que al final introducen elementos de arbitrariedad absurda, preguntándose qué tiene que ver el castigo escolar con el deseo de estudiar y de conocer. No cae en ningún modelo de buenismo pedagógico o similar, sino que su afán es perseverar en la búsqueda de nuevos códigos que no delimiten ni organicen burbujas de exclusión en las aulas sino todo lo contrario, de emancipación y de pensamiento crítico. Desde los movimientos de renovación pedagógica se nos dice muy a menudo que hay muchas cosas que cambiar, porque la sociedad misma cambia a la par con enorme velocidad, pero cabe plantearse si hay que cambiarlo todo y para siempre o bien se admiten reformas graduales en el tiempo. Tenemos miedo a no saber imaginar ese futuro incierto y nos preguntamos de qué nos sirve saber por el saber si por el contrario no sabemos vivir bien.

Estas serían a su juicio algunas de las preguntas espejo que nos devuelven la mirada a la educación, para las que no tenemos demasiadas respuestas. Y si no tenemos alternativas adecuadas a estas inquietantes cuestiones nos da vergüenza, por lo que le resulta más fácil a la sociedad disparar sin piedad contra maestros y educadores. Educar, en palabras de la pensadora catalana, es sobre todo elaborar una conciencia reflexiva propia, cuidar la existencia personal y material, luchar por lo que llama «los futuros» de todos. Por lo tanto, la educación debe ser un aprender a vivir juntos y a aprender juntos a vivir. Un educar nuestra carne y nuestro espíritu, tomar el riesgo de reinventarnos de continuo contra las inercias y las servidumbres del vivir cotidiano. El pensamiento de esta joven y audaz filósofa de la pedagogía es la declaración de un compromiso con la vida misma, como problema existencial que es de todos. Si todos somos aprendices y todo aprendizaje es un punto de vista, lo que nos propone abiertamente Marina Garcés, como queda reflejado en el título mismo del ensayo, no es otra cosa que una gran «alianza de aprendices» de todo tipo, que sea a la vez un encuentro de inteligencias múltiples y diversas que funcione por empatía y mutua ayuda.

'Escuela de aprendices'

Autor: Marina Garcés. 

Editorial: Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2021.